El verdadero debate electoral
César Ricardo Luque Santana
La nueva realidad política que nació luego de la relativa derrota electoral del PRI en cuanto al monopolio que éste ejercía en todos los puestos de elección popular de hasta un 99%, se asemeja a un especie de balcanización del PRI, pero no en el sentido habitual de los desprendimientos de militantes que se fueron a otras organizaciones políticas, sino como si el PRI se hubiera fragmentado, multiplicado o renacido (clonado) en el PAN, en el PRD y en el resto de los partidos que padecen la subcultura del fraude y las prácticas simuladoras típicas del priísmo. En otras palabras, la pluralidad que se gestó a mediados de los 90, aparentó ser en principio una situación de alternancia en el poder en todos sus niveles, lo que implicaba buscar una nueva organización institucional que permitiera y garantizara la coexistencia en el poder a través de una gobernabilidad democrática, de manera que los contrapesos entre los servidores públicos de los distintos partidos emanados del sufragio popular, no se convirtieran en un freno para el ejercicio del gobierno, sino una forma mejorada de corresponsabilidad en el mismo.
En este sentido, en vez de que los otrora opositores al PRI fueran congruentes con su historia y forzaran a éste a embarcarse en un verdadero cambio democrático erradicando los vicios por él prohijados, éstos, resultaron estar demasiado permeados por el modo de hacer política del PRI, convirtiéndose en lo que decían combatir pero en forma peor. Desde luego que no es suficiente esgrimir el “contagio” priísta para explicar por qué la transición democrática o reforma del Estado no se concretó de acuerdo a las expectativas creadas por la nueva situación de pluralidad política, quedándose todo en una alternancia sin alternativas. Mi hipótesis es que el empecinamiento por sostener y ahondar el modelo económico neoliberal, llevó a las dos principales fuerzas políticas, a saber el PRI y el PAN (al servicio del gran capital), a aliarse políticamente de facto (principalmente en el aspecto legislativo), al mismo tiempo que llevó al PRD -que era la oposición de izquierda más importante que se había históricamente construido- a un desdibujamiento ideológico y a un pragmatismo ramplón que les hizo perder rumbo, provocado que en amplias franjas del electorado de izquierda, dejara de percibírseles como una opción deseable y confiable, y por ende, como una alternativa a los partidos del neoliberalismo.
Para ser más claro, llamaré a la época de hegemonía del PRI, sistema de monopartido; mientras que a la que surgió posteriormente y está vigente, la llamo sistema pluripartidista. Sin embargo, he de insistir en que este multipartidismo realmente opera como muchos “monopartidismos” yuxtapuestos entre sí, encuadrados todos en el marco del neoliberalismo. No es raro por consiguiente ver que el PAN y el PRD en el gobierno, retoman muchas prácticas inconfundibles del PRI. En este sentido, parece que se dio una especie de “antisíntesis” dialéctica, o mejor dicho, una síntesis no dialéctica, porque en vez de obtener lo mejor de dos mundos, se obtuvo lo peor de ambos. Es en este contexto donde el sistema político llegó a un límite inadmisible -al mismo tiempo que el neoliberalismo demostró su rotundo fracaso- como hay que situar el problema actual de crisis de la representatividad democrática, de manera que no se trata de renegar y rechazar a la democracia representativa, sino de denunciar su falsificación y de pugnar por su concreción verdadera complementándola con una democracia participativa, tratando de cancelar por consiguiente, los poderes fácticos y las redes informales de poder que nos tienen secuestrados, para construir un verdadero Estado de derecho y para reestablecer un Estado de Bienestar desterrando sus vicios históricos (como el autoritarismo populista, la corrupción, la ineficiencia, etc., que en modo alguno son sustanciales a él).
Por esta razón, el cuestionamiento a las elecciones no es una aspecto aislado de la crítica, sino que con él se enjuicia a todo el sistema político en su conjunto: a la partidocracia, a los políticos “profesionales”, a los medios de comunicación e intelectuales alcahuetes del poder, a las “autoridades” electorales, etc. Las posturas del debate que aquí se presenta por tanto, no son ocurrencias gratuitas, ni surgen por generación espontánea, sino que obedecen a una necesidad real insoslayable que reflejan la discusión que los analistas independientes realizan en estos momentos en el marco del actual proceso electoral.
La primera postura que analizaremos es la de Octavio Rodríguez Araujo, quien convoca al voto útil contra el PAN para evitar que este partido se fortalezca de cara a las elecciones presidenciales, pues su ejercicio de gobierno desde Fox hasta Calderón, ha resultado un fiasco provocando un caos y un empeoramiento de la situación general del país. La justificación de esta postura añade que el abstencionismo en cualquiera de sus formas es favorable a la derecha panista. Reconoce no obstante, que esta última postura se entiende por la crisis de representatividad existente. El punto débil de esta postura es que el impulso al neoliberalismo no lo ha hecho sólo el PAN sino también el PRI que incluso es quien lo inicia. Es decir, ambos actúan en complicidad y no hay garantía de que si el PAN se reduce en su presencia legislativa, ello impedirá la continuación del modelo neoliberal. Por otra parte, en el mejor de los casos, se estaría ante un repudio al panismo en el poder y no ante un repudio al neoliberalismo y sus secuaces, que debe ser el objetivo.
La otra postura es la del abstencionismo pasivo, la cual parte de la convicción de que el voto nulo razonado es erróneo porque estaría legitimando las elecciones y con ello a todo lo que éstas representan. Por otro lado, suponiendo que el abstencionismo activo pudiera ser una propuesta viable, arguyen que es muy difícil hacer efectivo este recurso, mientras que los argumentos para justificar el voto en cualquier sentido, han sido siempre por razones equivocadas.
El abstencionismo en general, no se ve ya como un signo de inmadurez de la ciudadanía, aunque todavía algunos intelectuales y/o comunicadores del poder tratan de mantener esa percepción -si bien con algunas matizaciones- con el fin de eximir a la clase política del desencanto por los procesos electorales, como por ejemplo cuando hablan de “saturación” o “fatiga” electoral, donde en apariencia se es indulgente con los abstencionistas sin recurrir al expediente de endosarles abiertamente una actitud de negligencia o irresponsabilidad (como hace la propaganda del IFE)
El abstencionismo activo por su parte, considera que el abstencionismo pasivo puede interpretarse sesgadamente como complaciente por aquello de que “el que calla otorga”, aunque en lo personal, no comparto está visión simplista por su carga manipuladora.
Considero no obstante, más efectivo el voto nulo razonado el cual podría hacerse plasmando alguna consigna distintiva, como la de Los Piqueteros argentinos que decían: “¡váyanse todos!”, y que podría transformar en una consigna propia como “¡Muera el neoliberalismo!” o cualquier otra semejante, aunque creo que el mero hecho de aumentar significativamente el índice del voto nulo, sería en sí mismo muy importante políticamente, porque uno de los mensajes que se estaría enviando con ello, es que si pudiéramos coordinarnos cientos de miles o millones de mexicanos al margen de los partidos, podríamos decidir cuando sea el caso, apoyar a candidatos que si representen los intereses del pueblo de México. Pienso en personas como Rosario Ibarra de Piedra, por ejemplo.
Hay otras posturas híbridas como la de Marcos Rascón que propone una elección ciudadana paralela, pero ésta es más difícil de operar por la logística y recursos que demanda. Sin embargo, esta postura esta situada más en el abstencionismo pasivo que en el activo. En las siguientes entregas retomaré de manera más detallada estas tres posiciones, esperando que sigan fluyendo más análisis al respecto para incorporarlos.
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