Telenovelas y educación
César Ricardo Luque Santana
La declaración del titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP) Alonso Lujambio en el sentido de que las telenovelas contribuyen a abatir el rezago educativo, causó estupor e indignación en muchos mexicanos, particularmente entre intelectuales, políticos, investigadores educativos y ciudadanos, quienes desaprobaron tajantemente su afirmación.
En un acto público relativo al 30 aniversario del Instituto Nacional de Educación para los adultos (INEA) realizado el pasado jueves 17 de marzo en la Ciudad de México, la SEP premió al productor de telenovelas de la empresa Televisa Juan Osorio y también entregó reconocimientos a varios medios de comunicación de radio y televisión, así como algunas empresas e instituciones públicas, supuestamente por su labor en pro de la educación en México.
Llama la atención sin embargo, que Lujambio se haya atrevido a considerar a las telenovelas mexicanas como educativas, cuando en realidad son un instrumento de enajenación que no sólo reproducen estereotipos atávicos que deberían de superarse, sino que además, sus contenidos rayan en la estulticia y en la hipocresía o doble moral, por lo que son directamente atentatorias contra lo dispuesto en el artículo tercero constitucional que insta al Estado a combatir toda forma de ignorancia, prejuicios y fanatismo, aspectos que por desgracia promueven las telenovelas.
La desfachatez de Lujambio no debería verse como un mero dislate aislado sino como un signo de la frivolidad con que las autoridades dirigen la educación en México, actitud que desde luego no es gratuita sino que corresponde a una estrategia por extirpar cualquier posibilidad de pensamiento crítico. Asimismo debe ser visto como un acto de futurismo político del mismo Lujambio quien ha manifestado públicamente sus aspiraciones por ser candidato del PAN a la presidencia de la república. En este último caso, los usos facciosos de las instituciones públicas para satisfacer proyecciones personales -que son en sí mismas insanas- se vuelven intolerables cuando se incurre en tamaño cinismo.
Ciertamente, la televisión como cualquier otra herramienta de comunicación de masas, podría ser un valioso instrumento de información objetiva, de análisis crítico y de entretenimiento inteligente y edificante para el espíritu de un pueblo; pero ocurre exactamente lo contrario, pues los medios masivos de comunicación, principalmente la televisión que es la que mayor influencia ejerce sobre la gente, actúa como un poder fáctico, centrado en favorecer sus intereses comerciales a cualquier costo, pervirtiendo las mentes de sus audiencias con programas frívolos, desinformación, actitudes políticamente tendenciosas, manipulación descarada de la opinión pública para favorecer pronunciamientos, propuestas y acciones que convienen a sus intereses o para estigmatizar y chotear a grupos y personas que los contravienen.
Sería largo y hasta superfluo describir la mediocridad, frivolidad, insolencia y estulticia que caracteriza a la televisión mexicana comercial (del duopolio Televisa – TV Azteca) las cuales promueven incesantemente una cultura tradicional e incurren constantemente en una burda manipulación política y religiosa, socavando las normas que rigen un Estado laico y plural, lo cual se puede constatar en cualquiera de sus distintos programas de entretenimiento, información y opinión, tales como noticieros, programas de “análisis” político y económico con base en un pensamiento único (neoliberal), de concursos y comedias banales, los “reality shows”, entre otros.
Destacan sin embargo por su alto impacto en la población las telenovelas, las cuales son cada vez más bobas e intrascendentes, mismas que explotan reiteradamente las mismas falsedades, como el mito de la cenicienta, el maniqueísmo, la adulteración de la realidad (como poner juicios tipo gringo), la actitud de mujeres plañideras capítulo tras capítulo, los “argumentos” pueriles, los diálogos de retrasados mentales, los culebrones, etc., etc. Resalta un tipo de telenovelas donde el fin abierto es promover la religión católica (“cada quien su santo” y “La rosa de Guadalupe”) sembrando en la mente de las personas que sólo los milagros pueden salvarlos de sus dificultades, reforzando además la falacia de poner a la Iglesia católica como depositaria de la moral, en vez de fomentar el trabajo disciplinado, la tenacidad, la solidaridad, la justicia, etc. En esencia, las tramas de las telenovelas suelen ser tan mentirosas, largas y aburridas como los informes de gobierno. Desde luego, que eso no significa que las telenovelas necesariamente deban ser así, baste recordar aquellas memorables telenovelas brasileñas como “Tieta”, “Roque Santeiro”, “Pantanal” y “Bella” que pasaron en Imevisión en los 80, las cuales tenían un contenido irreverente y subversivo a los mencionados estereotipos que inculca la televisión mexicana. Más recientemente, la serie colombiana de “El Cartel de los Sapos”, que presenta con crudeza la vida y actividad de los narcotraficantes envueltos en una infrenable y absurda violencia, donde no existen límites morales de ningún tipo, si bien se cuidan de no vincular estructuralmente a estos grupos delincuenciales con el poder económico y político que los hace posible, como lo explica con toda claridad y fundamentos Anabel Hernández en su libro “Los señores del Narco”.
Se podría seguir mencionando muchos defectos más y sus efectos nocivos de la televisión mexicana pero sería redundante. Lo cierto es que para que la televisión sea un instrumento de veras que sirva para educar a los mexicanos, se necesita regularla a través de una ley que le ponga freno como poder fáctico, y al mismo tiempo, se impulse una televisión de Estado que ofrezca alternativas a los programas de la televisión privada (en señal abierta) apoyando también para que surjan otros medios no comerciales de la sociedad civil, grupos comunitario e instituciones de educación superior.
La apología de las telenovelas como medios educativos y la negativa a reponer las asignaturas filosóficas en el bachillerato con base en el Acuerdo 488, son dos caras de la misma moneda de este insolente gobierno de derecha.