Política y valores
César Ricardo Luque Santana
En mi alocución anterior decía entre otras cosas que existe en forma muy generalizada, una percepción negativa y absolutista de la política como una actividad esencialmente inmoral y decía al respecto, que en primer lugar la política es una abstracción, que son los políticos los que desprestigian su propia actividad desacreditando con ello a las instituciones políticas y por ende a la política misma; en segundo lugar, decía que está práctica inmoral de la política (que es la que por desgracia prevalece) se considera una perversión de la misma, pero que la política es ante todo, un instrumento para administrar o resolver los conflictos que se dan necesariamente en una comunidad, de manera que la política existe porque hay conflicto.
Decía asimismo, que el conflicto en la comunidad o sociedad se da porque hay una desigualdad social, es decir, hay un dominio de unos sobre otros, y que el Estado surge y se justifica tanto para legitimar ese dominio como para hacer viable la convivencia social. La función del Estado lleva la impronta de esta contradicción lo que pone en juego la cuestión de la legitimación del poder: ¿cómo garantizar la obediencia de los subordinados? Tanto por medios coactivos como consensuales, por lo cual el Estado se condensa en la fórmula fuerza + consenso.
Esto implica un delicado equilibrio porque debe de conciliar los intereses de las minorías con los de las mayorías, la dominación de los primeros con la aceptación de los segundos. Pero ¿por qué la mayoría aceptaría ser dominado por una minoría o hasta qué punto lo aceptaría? Más allá de obligarlos autoritariamente mediante la fuerza o violencia legal, es necesario que éstos acepten de buena gana esa situación, lo cual requiere por un lado, de transformar su deseo en deseo del amo, esto es, que admitan vía el convencimiento la desigualdad, y/o que tengan un bienestar social aceptable.
Volviendo al planteamiento anterior, se afirmaba que era necesario renovar la política por lo que se apelaba a la ética de la responsabilidad y a la participación ciudadana. En el primer caso se aludía a ubicar la política en el terreno de lo amoral, como un punto intermedio entre lo inmoral (la corrupción desatada) y lo moral en un sentido puritano o dogmático. En el segundo caso, se decía que el actual modelo económico neoliberal es incompatible con la democracia (lo cual abordaré en otra ocasión).
El problema que inquieta, es que la afirmación de situar a la política en un terreno amoral, puede llevar a una interpretación de la misma despojada de valores, lo que significaría desdeñar la crítica admitiendo una postura positivista de la política como ciencia libre de valores, entendidos éstos como “perturbaciones” del análisis político, lo cual no es necesariamente así, pues el análisis racional y los valores en este caso, son y deben ser complementarios.
En efecto, la idea de Weber respecto a la política como ciencia permite una lectura positivista, aunque creo que ella es ambivalente porque también admite una postura hermenéutica. Lo importante sin embargo es advertir de los riesgos que tendría concebir a la política como si fuera una ciencia al estilo positivista, esto es, desprovista de valores, pues éstos no necesariamente empañan en forma per se el análisis político sino que son condición indispensable de ella, pues es imposible evitar el juicio moral de un desempeño político.
Pero para mayor claridad de la relación entre la política y los valores morales, hay que pensar ésta considerando a la política en su plano práctico y teórico, es decir, como una actividad realizada por los políticos y como una reflexión de los analistas o politólogos. En el primer caso, los políticos, ya sean partidos o individuos, postulan una serie de principios políticos generales que les dan identidad ideológica. Sin embargo, el neoliberalismo ha tratado de separar los valores, como el de la justicia por ejemplo, aduciendo que quienes subrayan este tipo de cosas son populistas, tratando de convencer a los ciudadanos que el ejercicio del gobierno se reduce a la administración, al dominio de técnicas. El Estado neoliberal desplaza al gobernante por el gerente dando lugar a una tecnocracia. Ya no existe la preocupación por gobernar para el pueblo sino que se vuelven agente de ventas de los empresarios. En este caso, no sólo se ejerce el poder con absoluta irresponsabilidad por las consecuencias nefastas que estas políticas traen para la sociedad, sino que se incurre en una profunda inmoralidad al perjudicar deliberadamente al pueblo para favorecer a una minoría rapaz. En suma, se dedican a hacer negocios en vez de procurar el bienestar de la gente, con lo cual la política deja de ser un instrumento para administrar y mediar los conflictos, sino que paradójicamente se convierte ella misma en fuente de conflictos, lo cual es una aberración. En el segundo caso, el análisis político desde una perspectiva crítica, supone no sólo hablar con conocimiento de causa de los problemas, fundamentando la crítica con datos duros evitando caer en el mero panfletismo, sino que debe denunciar la incompetencia, la corrupción, el abuso, la estafa, etc. Es necesario que el conocimiento objetivo se complemente con la denuncia, que se desenmascare las pretensiones ocultas de ciertas medidas gubernamentales, como por ejemplo, la que busca privatizar los servicios públicos como el agua, el alumbrado público, la recolección de basura, etc., cuyas graves consecuencias en los lugares donde se han implementados están firmemente documentadas. En otras palabras, la mera indignación y denuncia sin conocimiento de causa, reduce el análisis racional a mera emotividad o propaganda.
La política no puede en consecuencia prescindir de la ética, pero así como hay que rechazar la inmoralidad práctica y “teórica” de la política, es necesario desconfiar de posturas puristas que intentan imponer sus dogmas morales a los demás, pero asimismo, hay que mirar con desconfianza los intentos de de situar a la política en un terreno “neutral” porque ocultan aviesas intenciones bajo un disfraz tecnocrático.