¿Es México un país con Estado fallido?
“En verdad os digo, que el verdadero Estado fallido es el que le falla a su propio pueblo”
Jesús, el carpintero de mi barrio
César Ricardo Luque Santana
Ante la impericia del presidente del desempleo Felipe Calderón y de su “gabinetazo” para conducir el gobierno y las instituciones de la república, así como la creciente inseguridad pública que para algunos va más allá porque representa ya una cuestión de seguridad nacional ante la infrenable ola de violencia de las organizaciones delincuenciales, y desde luego, la crisis económica que pasó de ser de un simple “catarrito” a un “Tsunami” -según el fallido pitoniso de Hacienda-, aunado a la presión de los gringos que se inquietan de que sus leales criados no les estén cuidando debidamente su patio trasero, ha venido cobrando fuerza entre la clase política y los analistas políticos, la calificación de la actual situación de México como un país con Estado fallido.
Pero, ¿qué significa “Estado fallido”?, ¿de dónde procede esa denominación?, ¿qué consecuencias tiene?, pero sobre todo ¿fallido para quién?
El término de “Estado fallido” procede curiosamente de Noam Chomsky y ha sido adoptado por el gobierno estadounidense para clasificar a aquellos gobiernos que no mantienen un control claro sobre el territorio que gobiernan porque existen instancias paralelas e ilegales que le disputan el poder, por ejemplo cobrando impuestos o manteniendo zonas bajo su control, como son los casos de la guerrilla en Colombia o por acciones similares del crimen organizado en otras latitudes. Asimismo, hay Estados fallidos en donde prevalecen conflictos tribales o religiosos que rebasan al Estado poniendo en entredicho su autoridad y eficacia tanto en términos del consenso como del uso legítimo de la fuerza. Se podrían considerar también a los regímenes plutocráticos que socavan la legalidad y generan una alta estratificación social. Sin embargo, si se toma literalmente la cuestión de la eficacia de un Estado para mantener un control político y militar, las dictaduras no estarían en cierto modo consideradas como Estados fallidos, cuando es evidente que lo serían al faltarles el consenso popular que sólo da la vida democrática. El problema es que las potencias extranjeras pueden alegar que su seguridad interna está amenazada por países con Estados fallidos, y “justificar” con base en ello una invasión militar a los mismos. La legalidad de esta posición es no sólo dudosa sino hipócrita, porque muchos países con Estados fallidos lo son precisamente por la intromisión de dichas potencias extranjeras, que por ejemplo, patrocinan guerras civiles o propician inestabilidad en determinados pueblos y gobiernos por convenir así a sus intereses, además de que otros países con Estados fallidos lo son por efecto de la globalización neoliberal que ha minado las bases de la convivencia social y la misma soberanía de los Estados nacionales.
Recapitulando, los síntomas de una Estado fallido son la alta corrupción en las diversas instancias del Estado, la inexistencia de un Estado de derecho real en virtud de esa corrupción y la impunidad consecuente, las altas tasas de criminalidad, la extensión acelerada de un mercado informal, y otros factores parecidos. Asimismo, la existencia de Estados terroristas que suprimen las libertades democráticas de elecciones libres, libertad de prensa, de asociación, derechos humanos, etc., y que imponen sus políticas mediante el uso casi exclusivo de la violencia, como ocurrió durante el régimen talibán en Afganistán, entre otros, es un ejemplo drástico de Estado fallido.
De esta manera, hay instancias ligadas al gobierno estadounidense (el think tank o Fondo para la Paz) que han señalado los elementos que constituyen un Estado fallido (problemas demográficos, éxodos masivos, descontento generalizado, altos índices de inequidad, criminalidad incontrolable, etc.) y cada año elaboran una lista de los países que entran en ese concepto. Sin embargo, llama la atención que se tiende a nombrar como Estados fallidos a países con circunstancias muy diferentes entre sí, donde se incluye a algunos cuyos gobiernos son contrarios al imperialismo estadounidense, lo que revela lo tendencioso y ambiguo de esta valoración. La paradoja es que los países que han venido aplicando a rajatabla las recetas neoliberales han devenido invariablemente en Estados fallidos, mientras que los que buscan formas de organización social, económica y política alternativas, tratan de ser sometidas a esas mismas recetas y para ello se les incluye como amenazas a la seguridad nacional de Estados Unidos o para la paz mundial, para poder intervenirlos militarmente y frenas sus proyectos alternativos al neoliberalismo.
Ahora bien, es notorio que existen en nuestro país algunos factores que encajan dentro del concepto de Estado de fallido, pero una cosa es señalar sus síntomas y otro reparar en las causas que los provocan, pues por un lado deberíamos de considerar el empecinamiento en llevar al cabo un modelo económico depredador, y por otro lado, la incapacidad manifiesta del actual grupo gobernante que actúan como rehén de los poderes fácticos, así como una clase política envilecida que no está a la altura de los retos del país sino que siguen montados en una lógica de saqueo del erario público y de sus riquezas naturales.
En este contexto, la confrontación del ejército contra el crimen organizado (principalmente los cárteles de las drogas) y la gran cantidad de muertos que ha ocurrido como producto de este proceso, así como las propias declaraciones públicas de las fuerzas armadas de que la embestida de los narcotraficantes han puesto en riesgo la viabilidad del país, aunado a la severa crisis económica donde el gobierno tampoco acierta a tomar decisiones correctas y a tiempo, han reducido drásticamente su capacidad de gestión; además del peso de la ilegitimidad que pesa todavía sobre un presidente que presumió ganar la presidencia de la república “haiga sido como haiga sido”, reconociendo con ello que la guerra sucia que su partido y los empresarios emprendieron contra López Obrador les permitió obtener un triunfo pírrico (sin contar con otras situaciones que nos permiten pensar legítimamente en que existió un fraude electoral); así como la presión constante de los gringos sobre el gobierno mexicano, han socavado como nunca al Estado mexicano que ciertamente aparece como una entidad débil que no protege debidamente a sus ciudadanos, no sólo por su ineficacia contra el crimen organizado, sino por los abusos de la misma clase empresarial codiciosa a la que se empecina en beneficiar a como dé lugar.
Sin embargo, creo que es excesivo calificar a México de ser un Estado fallido porque finalmente el país no lo hacen sólo los que están al frente de las instituciones sino sus trabajadores y ciudadanos (la sociedad civil) que en medio de todos los problemas mantienen una conducta madura y ecuánime. Al respecto me permito hacer una cita in extenso de Pedro Miguel columnista de La Jornada que dice los siguiente: “A pesar del daño inconmensurable que las últimas cuatro presidencias han causado al país, éste sigue funcionando. Entre la crisis económica, a pesar de la violencia desatada por el calderonismo y a contrapelo del saqueo del erario que practica el funcionariato, los mexicanos, en su gran mayoría, se levantan temprano para ir a ganarse la vida en forma honesta, llevan a sus hijos a la escuela, pagan impuestos, no matan, no violan, no torturan y no hacen fraude, y conviven, discuten, festejan y guardan luto en forma civilizada. Las universidades públicas, en medio del acoso de un grupo gobernante que quisiera verlas privatizadas, siguen preparando profesionistas, las ambulancias siguen recogiendo accidentados y las mercerías siguen despachando hilos de colores diversos. Esta base formidable de civilidad, en la que reposa el Estado mexicano, ha impedido, pese a todo, que los desgobiernos de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón lleven al país a la subversión, a la desestabilización y al caos completo.” (Ver Navegaciones en La Jornada, 20 de enero 2009)
En conclusión, lo descaminado del debate de nuestros políticos y politólogos es no cuestionar el funcionamiento del Estado mexicano desde la perspectiva de su propio pueblo, sino con base en los parámetros de una potencia extranjera que no le importa si hay Estados fallidos o no, si no es en función de sus intereses imperialistas.