Desinformación y frivolidad
César Ricardo Luque Santana
Una forma de manipular a la opinión pública o la sociedad para distraerla de los problemas fundamentales de la vida pública, consiste en controlar la información, decidir que sale a la luz pública y en qué dosis, así como usar formas de entretenimiento pueriles que instalen en las masas en una agenda de interés sobre temas triviales e intrascendentes. Ambos esquemas mediáticos se cierran como pinzas para atrapar la subjetividad de los ciudadanos enajenándolos con el propósito de mantenerlos pasivos y temerosos por un lado, mientras que por el otro se busca obtener su asentimiento para las políticas públicas que toma el Estado las cuales incluso pueden ser lesivos al interés popular.
Los medios masivos de comunicación y el Estado convergen bajo un esquema de complicidades que pretenden ser encubiertas pero que son demasiado evidentes para no verlas con claridad. Históricamente en México, los medios de comunicación (principalmente los electrónicos), han estado supeditados al Estado. En efecto, durante el régimen de partido de Estado, los medios estaban subordinados al Estado porque éste los condicionaba mediante la prerrogativa legal del otorgamiento de concesiones; ahora parece que el Estado es rehén de los medios aunque ambos comparten un interés por mantener el establishment. En esta última relación, los medios emergen como poderes fácticos, no obstante que el país transitó supuestamente de un monopolio político a un pluripartidismo, lo que supondría en abstracto que los medios deberían de acompañar el proceso de democratización en curso.
Precisamente la contrariedad que mueve a esta reflexión es que por un lado la clase política se ufana de que vivimos en una democracia, pero en la práctica vemos un ejercicio autoritario del poder y una corrupción galopante que la pone en tela de juicio, sin dejar de reconocer que se han dado cambios significativos pero insuficientes porque persiste mucha opacidad en aspectos medulares donde debería reinar la claridad, porque se impone el criterio de la fuerza sobre las razones y la justicia, y porque las libertades democráticas –entre ellas la libertad de expresión- se ve amenaza por los fuertes intereses corporativos. En el primer caso, no existen mecanismos eficaces de contrapesos por diversas razones, entre ellos porque no hay la suficiente participación ciudadana y porque muchas veces los partidos de oposición no hacen bien su tarea por ineptitud, corrupción o debilidad en los espacios de poder como las cámaras legislativas; en el segundo caso se privilegia la fuerza policíaca o el avasallamiento mediante el uso de las mayorías en las instancias legislativas para imponer decisiones impopulares; y en el tercer caso, porque los medios constituidos en grandes empresas entran en evidente conflicto de interés porque no hay un marco legislativo democrático adecuado para ponerles límites y evitar que se conviertan en actores políticos de facto, además de que no tienen contrapesos de medios alternativos desde el sector público y social. Esta última situación también forma parte de la mencionada opacidad y discrecionalidad que envuelve el ejercicio del poder porque ante la falta de una prensa crítica e independiente, la sociedad queda en una situación de grave indefensión.
En cuanto a la desinformación, se entiende por tal la omisión o el sesgo deliberado, la selección perversa de ciertas notas, la justificación apologética de determinadas decisiones abusivas del poder mediante noticias supuestamente objetivas o reflexiones que presumen de serias e imparciales, así como la limitación de puntos de vista contrarios a la versión oficial, todo lo cual impide que los ciudadanos tomen conciencia de los problemas sobre la base de una información veraz donde se muestren de manera respetuosa y equitativa las opiniones divergentes y se den a conocer los hechos sin maquillarlos y sin editorializarlos.
Esta situación se puede ilustrar con muchos ejemplos pero me parece interesante el relacionado con el problema de la influenza donde a través del Internet podemos conocer versiones contrarias a la postura oficial como la que ofrece la monja benedictina y doctora en medicina Teresa Forcades, o la también doctora Jane Burgermesteir quienes nos hacen dudar sobre la cuestión de las vacunas. Es decir, parece que estos temas que deberían de ventilarse en espacios públicos más amplios a través de debates formales, son conocidos en espacios más marginales donde a veces no es posible determinar la seriedad de los temas tratados.
El tema de la frivolidad por su parte está muy extendido en los medios, particularmente en la televisión, donde los escándalos del mundo de la farándula dominan el paisaje generando un interés morboso en esos asuntos que en sí mismo pertenecen a la esfera de la vida de las artistas pero que ante el manejo incisivo y el excesivo tiempo que se le destina a ello, va instalando en muchas personas estos temas como los centrales en sus vidas, actuando como sucedáneos de los grandes temas políticos que deberían estar en la agenda de todos los ciudadanos como su preocupación fundamental, como la propuesta del paquete económico del gobierno federal, la reforma electoral, o los recientes sucesos en torno al reciente decreto presidencial de extinción de la Compañía de Luz y Fuerza, etc. Las telenovelas, los programas de concursos bobos y morbosos y el fútbol, entre otros, vienen a redondear esta industria del entretenimiento cuyo fin es despolitizar los temas de interés público, desviando a la gente de los auténticos problemas a la vez que les genera un gran negocio.