La cátedra magistral
César Ricardo Luque Santana
En mi antepenúltima colaboración prometí abordar enseguida la cuestión de la cátedra magistral, pero me pareció pertinente tratar el problema de censura que se suscitó contra la periodista Carmen Aristegui (supuestamente por parte de la Presidencia de la República), con el objeto de ilustrar la doble moral de los analistas y lectores de noticias del duopolio Televisa-TV Azteca que suelen desgarrarse las vestiduras con el tema de la libertad de expresión, pero que en este caso, se decantaron por negar la censura y/o cuestionar a la víctima. No profundizaré más en este asunto que ya traté de manera suficiente en mi anterior artículo, pero si conviene enfatizar esta actitud veleidosa de dichos comunicadores quienes falazmente pretenden hacer pasar sus propios intereses como si fueran los de la sociedad, actuando impunemente como poderes facticos, situación que urge frenar porque representa una adulteración de la democracia.
Entrando en materia, en mi justificación de mi programa de Didáctica de la Filosofía, decía que el constructivismo ceñido al modelo de competencias educativas, sólo se orienta a favorecer la razón instrumental en detrimento de un pensamiento crítico y de una conducta auténtica. En este orden de ideas, resulta interesante traer a colación un artículo que refuta los prejuicios contra la cátedra magistral confundida con la clase verbalista, misma que el pedagogo brasileño Paulo Freire caracterizó adecuadamente como concepción bancaria de la educación, en la cual el maestro se reduce a ser un transmisor del conocimiento y no un mediador del mismo. Por lo tanto, suponer que la cátedra magistral está en la misma condición que la clase verbalista resulta falso. A continuación retomaré los aspectos esenciales del artículo titulado “Empanada boloñesa”, escrito por el profesor Joan B. Culla, docente de la carrera de Historia de la Universidad de Barcelona, porque creo que explica cabalmente los prejuicios que el modelo por competencias ha endosado a este tipo de enseñanza.
En esencia, en defensa de la cátedra magistral, Joan B. Culla sostiene que “la hoy denostada clase magistral permite al profesor aclarar, ilustrar, actualizar sus argumentos y debatirlos con los alumnos”. Señala que esto no sustituye la obligación de leer de los alumnos y tampoco excluye el problema del nivel del profesor, esto es, de su grado de preparación, experiencia y capacidades, sino que los presupone.
El artículo de Culla trata de refutar a otro profesor llamado José Lázaro, quien escribió un artículo titulado “Clases a la boloñesa” en el diario El País, donde pretende de desacreditar la clase magistral al mismo tiempo que ensalza el modelo de Boloña, mejor conocido como modelo por competencias educativas, el cual presuntamente representa una modernización de la educación adecuándola a un mundo globalizado, mismo que por su orientación mercantilista, significa asimismo una amenaza para las humanidades y la democracia.
Según Culla, la tesis de José Lázaro sólo se dedica a soltar una serie de epítetos contra la clase magistral sin demostrar su supuesta ineficiencia y tampoco las presuntas bondades del modelo de Boloña. Por el contrario, Culla sostiene que la clase magistral le permite al docente “…captar en forma instantánea cómo reciben sus alumnos aquello que les está explicando; y, en consecuencia, da al profesor la oportunidad de reiterar, de aclarar, de enfatizar, de volver atrás, de ilustrar sus argumentos…”, particularmente en materias de ciencias sociales y humanidades.
Culla rechaza en consecuencia no sólo que la clase magistral sea una anacronismo, un monólogo, una mera verborrea del profesor o incluso un mero dictado de apuntes; sino que por el contrario, representa el grado de profundidad que el profesor ha alcanzado en las asignaturas que imparte, el conocimiento que sus años de lectura y reflexión le han proporcionado. Además los maestros al inicio de sus cursos les ofrecen a sus estudiantes las lecturas y los textos que habrán de consultar. El problema entonces de las deficiencias de la enseñanza no está en sí mismo en las clases magistrales sino en la mala preparación de algunos profesores, cuyo proceso de selección deja mucho que desear, entre otros factores.
La idea de impulsar clases participativas, interactivas y dialogadas que se supone promueve el modelo por competencias, no está reñida con la clase magistral, pues éstas dinámicas se pueden implementar con los seminarios, talleres y otras modalidades. Desde luego que ninguna estrategia de este tipo funciona con grupos numerosos. Otros problemas son las deficiencias de origen que arrastran algunos estudiantes para analizar las lecturas o el incumplimiento de las mismas.
Sin embargo, lo que se pierde de vista con la discusión sobre la problemática acerca de cuál es la didáctica más conveniente, es el trasfondo ideológico que persigue el modelo de Bolonia, cuya orientación estrictamente mercantilista es lesiva a la democracia misma, dado que privilegia el cultivo de la razón instrumental, las destrezas técnicas (el saber hacer), en detrimento del pensamiento crítico (el saber pensar), el cual sólo pueden potenciar las humanidades, de ahí la tendencia a eliminarlas con base en criterios meramente rentistas. En este sentido, Marta Sanz afirma que “las universidades pierden una de sus funciones fundamentales, fomentar la conciencia crítica respecto al status quo. Se propicia la integración económica, pero vamos a crear ciudadanos que no cuestionen el modelo económico y social porque no tienen herramientas para hacerlo”. (Ver http://www.publico.es//culturas/348928/un-mundo-de-gente-rentable)