miércoles, 22 de julio de 2009

Neoliberalismo versus democracia

Neoliberalismo versus democracia

César Ricardo Luque Santana

La tesis que a continuación habré de sostener es que el neoliberalismo es incompatible con la democracia. Primero describiré de manera sucinta en qué consiste el modelo económico neoliberal cuyas consecuencias se pueden documentar ampliamente con datos duros, aunque no me referiré por ahora a los datos cuantitativos sino a sus aspectos cualitativos que nos han aprisionado en una crisis estructural. Luego, diré lo que creo debería de ser la democracia y en lo que ha convertido, demostrando la incompatibilidad entre el neoliberalismo y la democracia

Por lo pronto es innegable que el desastre económico que ha provocado el neoliberalismo en México a lo largo de 30 años es de grandes proporciones, lo cual se ha traducido en un crecimiento constante de la pobreza, del desempleo y por ende, en un déficit en las condiciones materiales de vida en cuanto alimentación, salud, vivienda, etc. Al mismo tiempo y en sentido proporcionalmente inverso, una pequeña minoría ha amasado grandes fortunas.

La implementación del neoliberalismo desde sus orígenes hasta nuestros días, ha “vendido” la idea de que con este modelo se logrará el tan anhelado desarrollo, mientras que los datos duros dicen lo contrario porque (y esto es típico de todas las naciones subdesarrolladas latinoamericanas) la balanza comercial es negativa porque no podemos competir con los productos importados y porque no tenemos una capacidad para incorporar nuevos productos de exportación merced al desastre en el campo y el desmantelamiento de la industria nacional. Esto ha llevado a un círculo vicioso donde la deuda externa se multiplica incesantemente y los nuevos créditos son para pagar los intereses de ésta. Mientras que la oligarquía local y el capital extranjero se apropian de todo lo que genera ganancias en un feroz proceso de privatización que no respeta ningún límite, pues lo mismo la educación que los servicios públicos que deberían mantenerse como derechos sociales se han convertido en viles mercancías. De remate, las “reformas estructurales” como la impositiva, tiende invariablemente a eximir a los más ricos de pagar impuestos haciendo recaer los mismos en los consumidores, todo ello “justificado” por los epígonos del neoliberalismo mediante una serie de “mitos geniales” (Pedro Aspe dixit) En suma, las políticas económicas neoliberales que están contempladas en el llamado Consenso de Washington, se resumen en una dependencia cada vez mayor del capital extranjero.

Hay desde luego una larga cadena de atrocidades prohijadas por este sistema depredador de competencia feroz que barre con cualquier forma de solidaridad. Esto se puede ver en las políticas antisociales en la educación y la salud pública donde cada vez bajan más los presupuestos con un daño grave a la calidad en estos servicios. En lo laboral, el trabajador se encuentra en la indefensión total porque el inversionista foráneo tiene manga ancha para sobre-explotarlo negándole sus más elementales derechos. Asimismo, le permiten destruir el entorno natural y le reducen al mínimo el pago de impuestos. Y si aún así se merma su ganancia o deja de parecerle interesante, simplemente se va dejando una estela de desastre. El sometimiento al capital principalmente extranjero es tan avasallador que además impiden a través de sus lacayos que simulan ser gobernantes del pueblo que haya un desarrollo científico y tecnológico propio, adueñándose de nuestras riquezas mediante un sistema de patentes y una legislación internacional hecha a su conveniencia, entre otras situaciones parecidas que abonan a una desigualdad cada vez más pronunciada con el consiguiente deterioro del tejido social que vuelven cada más inviable la convivencia social.

La democracia es entonces resignificada para que responda a esos intereses, es decir, para que injusticia prevalezca. La democracia entonces va a ser reducida a meras reglas de elección (democracia sin adjetivos) y va a depender de la manipulación mediática. Es obvio que tiene sentido la hipótesis de que el neoliberalismo así descrito es incompatible con la democracia entendida como una representación genuina de los intereses del pueblo, lo cual llevaría a la justicia social. Se entiende también por qué los neoliberales tienen que resignificar la democracia como meras reglas de juego donde el poder del dinero tiene mayores probabilidades de triunfo y donde tienen además el apoyo cómplice de los poderes mediáticos que actúan como poderes fácticos o informales.

La democracia neoliberal es por tanto una democracia mediática, de imagen, no de propuestas, donde la democracia se agota en las urnas (según esta visión), donde la autodeterminación de los pueblos está socavada por los intereses neocoloniales (como podemos verlo de manera meridiana en el reciente golpe de Estado en Honduras con el silencio ominoso y cómplice de los Estados Unidos y la impotencia de los países de la OEA), donde los medios masivos de comunicación hacen “héroe” o “villano” ha quien se les antoje, ya sea porque le sirve a sus intereses o porque les perjudica. En este sentido, los representantes populares proclives al sistema neoliberal, no defienden los intereses de sus representados sino que se dedican a legitimar políticas impuestas por entidades trasnacionales.

Los intereses monopólicos de este capitalismo rapaz no son compatibles con la democracia y la justicia social, por lo que es una obligación moral oponérsele no obstante su poderío. La utopía negativa, es decir, la crítica que denuncia la injusticia y que aspira a la emancipación de la humanidad es un deber moral por el que hay que pugnar, no obstante las grandes dificultades que representa, pero es claro que no hay nada eterno y el neoliberalismo no es la excepción de este principio.