Elecciones 2009 ¿A dónde vamos?
César Ricardo Luque Santana
El martes 23 de junio se llevó al cabo en el Aula Magna de Ciencias y Humanidades de la UAN, un panel sobre el actual proceso electoral y sus consecuencias con el nombre del título de este artículo. Este encuentro de reflexión, al que gentilmente fui invitado a participar como panelista, fue organizado por la licenciatura en Ciencia Política. A continuación recuperaré algunos de los puntos que esgrimí respecto a este asunto, complementando en forma leve algunas ideas que por las limitaciones normales de las discusiones verbales se quedan incompletas.
Mi intervención la desdoblé en dos partes: en la primera me centré en ubicar la situación política actual en el país, y en el segundo momento, comenté lo que a mi juicio deberían de ser las tareas que se vienen, luego de una jornada electoral que seguramente mantendrá un elevado abstencionismo y que registrará también, un aumento significativo del voto nulo deliberado.
En el primer punto, estamos en una serie de crisis no sólo política, en la cual se ha cuestionado duramente la representatividad de los legisladores y donde las instituciones han llegado a un alto nivel de descrédito, al grado que un particular de nombre Alejandro Martí, mediante una campaña tendenciosa, se ha erigido como el referente o garante de la responsabilidad política por encima de las mismas leyes. Desde luego, la crisis o recesión económica juega también un papel fundamental en el desencanto ciudadano, porque parece que elegir gobernantes no sirve de nada cuando cada vez empeoramos en nuestras condiciones materiales de vida. Volviendo al plano de lo político-electoral, la mayoría de los candidatos, todos los partidos, las autoridades electorales y los miembros del tribunal electoral, todos ellos, están sumidos en el mayor de los desprestigios.
La alternancia que empezó a mediados de los 90 y se consumó en el 2000, abrigó los sueños de una verdadera democratización del país, pero la transición a la democracia o reforma de Estado nunca llegó. Lo que hubo fue una serie de arreglos sólo benéficos a los partidos y a la clase política, como por ejemplo, bajar el umbral de edad para ser senador para beneficiar al corrupto “niño verde” y cosas por el estilo, hasta lograr una verdadera regresión con los consejeros ciudadanos del IFE, que al menos en sus orígenes, estaba integrado por gente más o menos respetable y con cierta solvencia académica, al contrario de los anodinos de hoy. Todo este manoseo y las negociaciones facciosas, hicieron que algunos estudiosos del sistema político exigieran lo que en su momento se llamó la segunda generación de reformas electorales, precisamente porque era evidente la necesidad de un nuevo arreglo institucional que ofreciera las condiciones para una verdadera pluralidad democrática.
En la práctica, los partidos que reemplazaron parcialmente al PRI en puestos de representación popular, demostraron ser idénticos a él en su modo de operar, es decir, el PRI se clonó en los demás partidos. Lo podemos constatar en este proceso electoral donde los principales partidos han rebasado quién sabe cuántas veces los topes de gastos de campaña; y donde son gobierno, siguen lucrando con la pobreza de la gente condicionándoles el voto, como se ha demostrado en Nayarit y en otros estados de la república. Sin embargo, el principal obstáculo para una verdadera democracia ha sido la defensa a ultranza del modelo neoliberal en la economía, el cual dio lugar a dos evidentes fraudes electorales contra candidatos de izquierda que podrían ponerlo en riesgo. El golpe de Estado en Honduras de este domingo 28 de junio contra el presidente Zelaya, demuestra que a la derecha no le gusta la democracia cuando esto significa la llegada de un gobernante que no está dispuesto a ser su cómplice. El neoliberalismo tiene una actitud hipócrita hacia la democracia porque sólo la evoca cuando le conviene.
¿A dónde vamos? Hay varios escenarios posibles, para algunos estamos ya en un pre-fascismo en la medida en que la inoperancia de la democracia es caldo de cultivo del autoritarismo. Sin embargo, contra lo que sostienen algunos detractores de los partidarios del voto nulo, éstos no son la causa del debilitamiento democrático, sino la propia clase política. Urge pues retomar una serie de propuestas para buscar un nuevo arreglo institucional, donde se tiene que discutir una agenda que incorpore el referéndum, la iniciativa popular, el plebiscito, la revocación de mandato, las candidaturas ciudadanas, la segunda vuelta electoral, la reelección, revisar el sentido y cantidad de los cargos por representación proporcional, las limitaciones al financiamiento público, e incluso, la posibilidad de un sistema parlamentario, entre otros temas afines. La clase política seguramente tratará de acomodar esos temas a sus intereses y a la de los poderes fácticos, en su inveterada actitud de cambiar para que nada cambie.
La otra necesidad es la construcción de un partido electoral de izquierda que practique la democracia participativa en serio y una organización popular para la lucha social con capacidad de convocatoria y de movilización. En ambos casos es necesario asumir una actitud congruente con un proyecto político de izquierda el cual debe abocarse a conquistar espacios de poder para desmantelar el neoliberalismo.
Al finalizar el encuentro, el debate se centró en atacar o defender el voto nulo deliberado. A ese respecto, referí que he estado escribiendo profusamente a favor del voto nulo en espacios periodísticos como este y en mi blog (Hetairos), y que a mi juicio, del lado de los detractores de esta postura no ha habido ningún argumento convincente. Aclaré que los verdaderos promotores del voto nulo son la clase política por su corrupción e ineficiencia, que el movimiento a favor de anular el voto es muy heterogéneo y que espero que quienes tenemos una auténtica vocación democrática, no nos limitemos a esta acción de anular el voto sino que debemos participar en otras formas de lucha. A la pregunta, ¿a quién beneficia el voto nulo? respondí que había dos respuestas: una pragmática, donde evidentemente se beneficiará a quién tenga más voto duro; la otra de índole democrática, la cual es un llamado de atención para fortalecer la democracia, para reconocer que el modelo actual ya se agotó, pero sobretodo es un llamado a construir una verdadera alternativa de izquierda. Concluí que el voto hay que merecerlo y para mí ninguno merece mi voto. Que no tiene sentido que ante un canasto de manzanas podridas tengamos que escoger la menos podrida, sino que necesitamos ejercer un voto crítico (anular el voto es votar) para hacer avanzar la conciencia y la organización popular que ponga freno al neoliberalismo.