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viernes, 13 de enero de 2012
Ricardo Luque - Los sentidos de la democracia
Los sentidos de la democracia
César Ricardo Luque Santana
Se ha insistido que la democracia no se reduce a votar sino que va más allá de esa práctica, al grado de que es posible votar sin elegir o inducir el sentido del voto a través de la manipulación mediática y el tráfico de favores donde se aprovecha la pobreza de la gente para lucrar con ella. De hecho la Constitución Mexicana define la democracia como un modo de vida, es decir, no sólo como un derecho a elegir y ser electos, sino también en términos de prosperidad material, como una mejora gradual y sostenida de las condiciones de vida. Asimismo, la democracia sería ante todo una actitud de tolerancia, respeto, de gozar de las libertades cívicas más elementales (como las de expresión y reunión).
Desde luego no se trata de desdeñar el aspecto electoral porque el hecho de que cada cabeza sea un voto nos iguala de algún modo a todos, ya que vale igual el voto de un rico que el de un pobre, el de un sabio que el de un ignorante, pero también el de un malo que el de un bueno. El voto es indistinto en el sentido de que es impersonal, si bien es posible inducir las preferencias del mismo en determinadas circunstancias por sectores sociales y otros criterios. Esta igualdad está justificada porque no existe ningún criterio válido para discriminar a sectores de la población por cuestiones de pobreza, escolaridad u otras, pero hay que reconocer que estos mismos elementos impiden en algunos casos la posibilidad de una elección racional. En otros tiempos, sólo los ricos tenían derecho a votar, e incluso en la antigua Atenas, la cuna de la democracia, el voto estaba reservado a los hombres (varones) libres, es decir, se excluían a los esclavos, las mujeres y los extranjeros. En fin, el voto universal es sin duda acertado porque es la única manera de no conculcar derechos a nadie, además de que no se puede establecer mecánicamente que la posición social o el nivel académico determinen por sí misma la capacidad o incapacidad de hacer una elección racional, si bien cabe suponer que influyen de algún modo como ya se mencionó. Es decir, alguien con pocos estudios y/o condiciones económicas precarias puede votar correctamente, y a la vez, alguien con estudios universitarios y/o buenas condiciones materiales de vida puede hacerlos incorrectamente, entendiendo por correcto e incorrecto votar por el candidato más sano o más corrupto, o por el partido más progresista o más reaccionario, con toda la subjetividad que estas consideraciones encierran, o también desde una perspectiva utilitarista se podría decir que votar correctamente es elegir al que más me favorece, pero no en un sentido estrecho o egoísta, sino en un sentido amplio pensando en el beneficio de la colectividad. El punto es que no hay ningún criterio válido que impida a alguien en plenitud de facultades mentales votar sin importar los aspectos socioeconómicos y culturales que tenga.
Ciertamente, resulta difícil determinar una condición ideal o pura del votante porque para ello entran en juego muchos factores que inciden en las preferencias del elector como las ideologías, los prejuicios, las afinidades, la tradición, la información o desinformación, la manipulación, la formación política e incluso aspectos frívolos, entre otros. En este sentido, no se trata de señalar que quienes piensan como yo están en lo correcto y los demás equivocados, pues aunque así lo creyera, puede suceder que sea al revés. No se trata tampoco de incurrir en un relativismo donde todas las posiciones valgan lo mismo, pues aunque en sí cada una sea respetable, se supone que debe haber diferencias que permitan contar con opciones o alternativas políticas, de manera que aunque resulte difícil y polémico establecer un referente nítido, se puede afirmar que una buena educación de la población contribuye a tomar mejores decisiones en este terreno ya que le permiten al individuo contar con las herramientas intelectuales esenciales para procesar críticamente información y valorar propuestas, así como reconocer trayectorias de personajes e instituciones. Asimismo, es importante contar con condiciones materiales de vida aceptables, de manera que la educación y las condiciones de vida buenas, son condiciones de posibilidad necesarias y suficientes para que los ciudadanos estén en condiciones de ejercer responsablemente su voto, sin menoscabo de los inevitables ingredientes subjetivos, porque en la medida en que se esté lo suficientemente informado y se desarrollen ciertas capacidades analíticas, se podrá estar libre de prejuicios al mismo tiempo que se estará en guardia contra la manipulación. Implicaría también un ejercicio de la ciudadanía más allá de los procesos electorales entendiendo que la categoría de ciudadano es una conquista en el sentido que no se trata de ser ciudadano para participar sino que participar es lo que nos hace ciudadanos. Por participar se entiende informase, dialogar, criticar, movilizarse si es necesario, etc. En otras palabras, participar es ejercer los derechos y las obligaciones que nuestras leyes nos ofrecen y que nuestros principios nos reclaman.
Lo que interesa realmente es subrayar que la democracia no se reduce al aspecto cuantitativo, sino que originalmente fue y debería de ser algo cualitativo. Cuando alguien sostiene que quien tiene mayoría manda independientemente de que no le asista la razón, no está demostrando una vocación democrática sino que está utilizando a ésta como coartada absolutizando uno de sus aspectos, lo cual resulta preocupante porque indica que quien concibe la democracia de forma tan unilateral, los espacios institucionales de debate tienen para él poca importancia e incidencia. Visto de este modo, la política se convierte en un botín, mientras que los intereses legítimos de los ciudadanos que se supone representan, pasan a segundo término o de plano son marginados a la mera retórica. En este sentido, los políticos profesionales se convierten en bribones e impostores que sólo velan por su bienestar.
Este problema donde el aspecto cuantitativo de la democracia eclipsa al carácter cualitativo o dialógico de la misma, está en su mismo origen en la Atenas de Sócrates y Platón de hace 2 500 años, razón por la cual, estos insignes filósofos desconfiaron de la democracia porque se daban claramente cuenta de que la frontera con la demagogia era muy tenue. En el diálogo platónico “Gorgias”, aparece esta consideración con nitidez, confrontando la retórica con la dialéctica y a los politiqueros con los estadistas, es decir, a los que usan el poder para sus propios fines y los que ejercen el poder para servir a sus conciudadanos. Platón en boca de Sócrates o éste a través de aquel, se declaran partidarios de la aristocracia entendida como el gobierno de los mejores, es decir, de los más sabios y los más justos, mientras que el gran sofista invoca el mito de Prometeo para justificar la política como un asunto de todos y no de unos cuantos. Saco a colación esta polémica porque pese a la validez relativa de las objeciones de Sócrates y Platón a la democracia, la justificación que ofrece Gorgias a través del mencionado mito que es una verdadera joya literaria, es el fundamento de la democracia en cuanto a la exigencia de participación de toda la comunidad, aunque en la actualidad, en la democracia representativa, los espacios de debate donde se toman las decisiones definitivas, han quedado en manos de los políticos profesionales. En este tipo de democracia, la participación ciudadana suele reducirse a un acto de delegar a través de un voto sustrayéndose de una participación más activa, significativa y constante.
Algo anda mal en nuestra democracia cuando los que se dicen demócratas privilegian a la fuerza sobre la razón, es decir, prefieren imponer mediante la fuerza numérica (distorsionando el principio de mayoría) sus intereses sean o no legítimos, e inclusive medidas que pueden ser lesivas al interés popular. El uso inmoral de una mayoría para avasallar a los contrarios a pesar de que a éstos les asista la razón o para atropellar sus demandas legítimas, se puede catalogar como “la tiranía de las mayorías” porque constituye un asalto a la razón y la moral. De hecho creo que esta noción es válida únicamente en ese sentido porque también la derecha la emplea como prevención de que pudiera darse una democracia radicalizada al extremo de perjudicar a las minorías pudientes. Me parece que los estadounidenses tienen un dispositivo legal para evitar que ello ocurra.
No se trata entonces de sustituir la democracia representativa por la participativa porque ambas se complementan. Se trata más bien de que la democracia deliberativa no se use como mascarada ni que tampoco se restringa a los espacios oficiales, sino que privilegie el diálogo y abarque a toda la sociedad, pues la política es demasiado importante para que esté en manos de unos cuantos, de ahí la importancia de que exista una legislación de participación ciudadana que permita a la sociedad incidir en las grandes decisiones públicas, aunque desde luego, la sóla ley no es suficiente porque se requiere sobre todo de una cultura democrática de gobernantes y gobernados. De otro modo, la discusión política consagrada a espacios institucionales restringidos termina por desvirtuar el diálogo democrático, pues aunque en teoría primero se discuta y se vote después, en la práctica las decisiones están tomadas de antemano por unos cuantos que concentran el poder real, mientras que los integrantes del grupo mayoritario se limitan a actuar aborregadamente por consigna, convirtiendo el debate en simulación, en protocolo, vaciándolo de contenido, al mismo tiempo que se desgastan en discusiones inútiles o meros ejercicios de catarsis de las minorías.
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