La propuesta del voto útil contra el PAN
César Ricardo Luque Santana
En la entrega anterior refería el quid de las tres posiciones que se debaten en torno al actual proceso electoral desde una concepción crítica al sistema político mexicano. Sin embargo, cada postura en particular apenas ha sido esbozada, por lo que creo necesario explicitar y reiterar un poco más sus respectivas tesis y argumentaciones, así como sus mutuas objeciones, y desde luego, mis acuerdos y desacuerdos con cada una de ellas.
Originalmente, cuando empecé mi reflexión sobre este debate en mi artículo “El abstencionismo activo” el 26 de abril del presente año, prometí hilar otros dos artículos para sistematizar más y mejor este debate de los analistas independientes, pero las limitaciones propias de los artículos periodísticos que impiden extenderse mucho en los escritos (asunto en el que he estado abusando por cierto y por lo que ofrezco disculpas), me ha llevado a alargar esta serie, que espero sinceramente signifique un aporte interesante para aquellos lectores que han tenido la gentileza y la paciencia de leer mis escritos.
En los dos artículos anteriores a éste, he tenido que extenderme en contextualizar el debate, incluido los antecedentes del actual sistema pluripartidista (que se ha pervertido desembocando en una partidocracia), pues lo que somos ahora es producto del pasado y por ende el presente no puede entenderse haciendo abstracción de su historia. Por ello, en lo que respecta propiamente al debate, apenas he esbozado algunas líneas, aunque al mismo tiempo, he venido reiterando a lo largo de los tres escritos, las características de cada postura. Ahora se trata de retomar cada de una ellas recogiendo los argumentos de sus expositores en forma más detallada, empezando por la postura de Octavio Rodríguez Araujo que ha venido abogando por el voto útil contra el PAN. Posteriormente, continuaré con la tesis del abstencionismo pasivo, y finalmente, con la postura del abstencionismo activo que considero en cierto modo una suerte de posición intermedia entre las dos anteriores.
Debo añadir a modo de advertencia, que de ninúna manera pretendo que lo que aquí presento sea todo lo que se está discutiendo sobre este tema, ni tampoco digo que sea lo más importante, sino que es lo que yo conozco hasta ahora. Pero lo que si puedo asegurar, es que esta discusión remite estructuralmente a las posiciones que he mencionado. Espero además, no mal interpretar a los autores que he de referirme, aunque no me limitaré a reseñar sus argumentos, sino que trataré de interactuar con ellos realizando las objeciones que crea pertinentes.
Empezaré entonces por analizar la postura de Octavio Rodríguez Araujo, quien parte del concepto de “voto útil” esgrimido por Jacqueline Peschard, el cual cita literalmente en su artículo “Contra el PAN, el voto útil” (La Jornada 02-04-09), que en esencia nos dice que este tipo de voto es reactivo y que implica sacrificar las preferencias partidarias e ideológicas en aras de un objetivo político importante e inmediato. En este caso, propone el voto útil para impedir el triunfo del PAN en virtud del enorme daño que este partido le ha hecho al país desde el poder. Sin embargo, reconoce que los demás partidos también dejan mucho que desear y que no se trata de analizar sus programas o propuestas que son pura palabrería, sino de votar por un candidato contrario al blanquiazul en aquellos distritos donde los panistas puedan ganar. No queda claro si se trata de votar por el que esté mejor posicionado o por alguien con un buen perfil, pero en el espíritu pragmatista que creo debe leerse esta postura, debería de ser por el candidato del partido que sea, siempre y cuando le pueda arrebatar el triunfo al candidato del PAN. Añade que no habría una incongruencia del elector que apoye esta propuesta, porque como ya se dijo, el voto útil significa sacrificar las preferencias ideológicas. En otras palabras, en una situación donde haya el riesgo de que el candidato del PAN pueda ganar, no se trata de votar por el candidato más salvable (en cuanto a perfil) de los otros partidos, sino por aquel que tenga más oportunidad de vencerlo.
La táctica entonces es decantarse por el menos malo o el menos peor en este caso, pues la premisa es que ni el PRI ni el PRD, ni los demás partidos (salvo personalidades excepcionales) son buenas opciones (por no decir que ni siquiera son opciones), pero no obstante eso, plantea que no son todos iguales, es decir, que no hay nada peor que el PAN.
En contrapartida, considera que cualquier modalidad de abstencionismo es equivocada (pese a que acepta que estamos ante un “patético panorama” (Ibíd.) porque que le facilitaría el triunfo al panismo, en virtud de sus grandes recursos económicos y políticos. Desde luego que entiende el abstencionismo como una respuesta (aunque errónea según él) a la crisis de representatividad. Asimismo, refiere la actitud ideológicamente evasiva de los partidos que tienden a situarse en el centro lo cual genera una confusión sobre sus diferencias programáticas. Lo que no dice, es que esta actitud oportunista es para dar la apariencia de moderación política ante el avasallamiento que les impone el modelo neoliberal.
Asimismo, señala que en efecto los legisladores no gozan de credibilidad porque entre otras cosas no han sido representantes auténticos del pueblo, además de que se han distanciado de los ciudadanos que los eligieron en cuanto a las tareas de gestión. Mención aparte merece su comentario a los diputados plurinominales, pero de nuevo me parece que se queda corto en su alocución sobre ellos, porque éstos en efecto, son producto de las negociaciones de cúpulas de los partidos, pero también son los que realmente controlan el Congreso. ¿Qué pasaría si se suprimieran los diputados por representación proporcional o de partido? entre otras cosas, que la mayoría de ello no ganaría nunca una elección constitucional directa de ningún tipo. Es decir, que los hombres y mujeres más poderosos de la clase política, independientemente de su poder económico y/o político, no ganarían nunca -la mayoría de ellos- una contienda constitucional. Por ejemplo, muchos lideres sindicales que arrasan en sus reelecciones o políticos profesionales destacados en la negociación en lo oscurito. ¿No sería sano por tanto, que una reforma electoral realmente democrática contemple erradicar ya esa figura nociva?, ¿y no sería igualmente urgente abolir los senadores de primera minoría?, ¿o que exista la revocación de mandato?, entre otras medidas parecidas.
Sin duda el panorama político que este autor nos plantea no puede ser más desolador, de ahí que su propuesta sea también, no de esperanza, sino de desesperación. En lo que a mi concierne no comparto su posición porque aparte de no tener mayores probabilidades de éxito, no encauza su crítica a cuestionar al neoliberalismo que es la causa principal del desmadre que reina en el país, de la pobreza, del envilecimiento de la vida política y del deterioro del tejido social. Tampoco comparto sus objeciones al abstencionismo (particularmente el referido al abstencionismo activo), pues incurre en una contradicción cuando dice que “hay, ciertamente, una crisis de representación, pero no hagamos de ésta una crisis de participación.” (“Ante la crisis de representación” en La Jornada 23-04-09), cuando el abstencionismo activo es participativo. Por lo demás, ya mencioné en otra ocasión que derrotar al PAN no será suficiente porque el PRI ha sido uno de los principales impulsores del neoliberalismo.
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