domingo, 22 de febrero de 2009

La naturaleza de las discrepancias políticas

La naturaleza de las discrepancias políticas

César Ricardo Luque Santana

Se suele decir que la política es demasiado importante para dejarla en manos sólo de los políticos profesionales o de unas cuantas personas, sino que ésta es competencia o responsabilidad de todos los ciudadanos.

En el largo diálogo platónico intitulado “Gorgias”, se da la disputa entre el sofista Gorgias y el filósofo Sócrates quien defiende (al igual que Platón), que la política como otras actividades del hombre debe de estar en manos de los que saben, en este caso del rey-filósofo o filósofo-rey como lo llamara en La República, mientras que Gorgias sostiene que la política es asunto de todos los miembros libres de la comunidad (en este caso de la polis).

En este portentoso diálogo entre dos gigantes del pensamiento, Gorgias recurre al mito de Prometeo para justificar su postura (existen otras dos versiones de este mito), diciendo que habiendo los dioses repartido todas las cualidades a los seres vivos de la tierra, se dejó al hombre indefenso porque no tenía garras, ni alas, ni fuerza, ni ninguna cualidad de este tipo que tenían otros animales que les garantizaba su supervivencia. El hombre en cambio estaba desnudo sin más arma que su inteligencia (obtenida heroicamente por Prometeo), pero además, para sobrevivir como especie en sociedad, necesitaba de la política, que a diferencia de las demás artes como la medicina donde bastaba que unos cuantos la conocieran, la política debía ser asunto de todos según determinó Zeus.

Con base en el relato de este mito que es una prodigiosa pieza literaria, Gorgias estableció que todos los ciudadanos tienen derecho a participar en la política de su comunidad deliberando y decidiendo libremente sobre los asuntos públicos, además de tener el derecho a elegir a sus gobernantes y a ser electos por sus conciudadanos. La posición socrática-platónica al respecto es conocida, pues ambos se manifiestan contra la democracia y a favor de la aristocracia, entendida ésta última literalmente como el gobierno de los mejores. Para ellos, la democracia es sinónimo de demagogia y creían que el pueblo podía elegir a las personas menos apropiadas para el cargo de gobernante, mientras que en una aristocracia (que no hay que confundir con la plutocracia), los sabios gobernarían virtuosamente por su mera condición de sabios, ya que Platón parte del supuesto de que el mal es producto de la ignorancia, por lo que un hombre sabio sería necesariamente bueno.

En ambas posturas hay una contradicción evidente, pero al mismo tiempo hay en ellas parte de verdad. ¿Cómo negar que en la democracia exista la demagogia y que en efecto el pueblo en muchas ocasiones elija como gobernantes a sujetos ineptos, corruptos, perversos, etc.?; pero por otro lado, ¿cómo negar que los ciudadanos tengan derechos políticos como los mencionados?

Menciono esta celebre disputa filosófica entre Gorgias y Sócrates para ilustrar la complejidad de la política y particularmente de la dificultad de hacer coincidir la inteligencia o sapiencia con la condición democrática. Trataré a continuación de explicar esta problemática que tiene muchas aristas, aclarando antes que evidentemente, la teoría política de Platón plasmada en La República con la figura del filósofo-rey, es y era inviable como él mismo lo reconoció tiempo después en Las Leyes, obra donde rectificó la intervención del filósofo en la política relegándolo a una especie de consejero. Asimismo, no pretendo responder a la pregunta de qué es la política para lo cual recomiendo leer a Maquiavelo, Hanna Arendt, Max Weber, entre otros. Sólo pretendo ilustrar la dificultad de un diálogo político democrático, productivo y edificante entre los ciudadanos, los analistas y/o los gobernantes, pero principalmente entre los ciudadanos comunes.

Evidentemente, en algunos casos, las desavenencias políticas entre dos o más personas que discuten sobre un tópico político, se dan principalmente por los fuertes intereses materiales que involucra la política, en otros casos por una fuerte carga ideológica de los contendientes, o bien por ignorancia o por una combinación de algunos o todos estos factores.

En este caso, no me voy a referir a la relación casi siempre conflictiva entre el analista político crítico y los políticos profesionales y los servidores públicos de todo tipo, de lo cual ya comenté los suficiente en mis dos artículos precedentes, sino a las disputas informales y ocasionales que se dan entre amigos o conocidos en los centros de trabajo, en los cafés o las plazas públicas cuando abordan tópicos políticos de diversa índole.

En este tipo de discusiones se suele anteponer los aspectos emocionales a los racionales pues predominan las filias y las fobias de los contrincantes, ya que la discusión se instala más en el terreno de la reyerta, que de la necesidad de aprender del otro poniéndose en su lugar escuchándolo sin prejuicios para llegar a verdades plausibles. Sin embargo, lo habitual en estos casos es jugar a las vencidas recurriendo a meras subjetividades como hacer falsas generalizaciones, incurrir en histrionismos e incluso proceder de mala fe. Lo contrario sería tratar de convencer con argumentos basados en datos duros comprobables, un uso adecuado de los conceptos utilizados y una actitud ética para evitar el engaño deliberado; pero al mismo tiempo, implica estar abierto a reconocer las buenas razones del otro y por ende a dejarse persuadir sin sentirse por ello vencido sino al contrario liberado.

Hay muchos ejemplos al respecto pero quiero mencionar uno muy común en estos días, de personas que se identifican con posiciones de derecha, quienes cuestionan el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela en el reciente referéndum que permitirá la reelección indefinida del presidente de la república. En muchos casos, cuando el odio hacia este personaje es muy acendrado, se suele referir a él como dictador, sin reparar que en modo alguno encaja en ese concepto. Cuando uno les pide que definan qué es un dictador o una dictadura y que demuestren que Chávez está dentro de ese concepto o bien se retracten de esa adjetivización, suelen hacer mutis. Del mismo modo, afirmar que la mencionada modificación constitucional significa un cheque en blanco para que sea presidente a perpetuidad en forma automática, significa desconocer que para ello tiene que ganar en las urnas y que además, cada tres años hay un referéndum de revocación de mandato, el cual también se resuelve en las urnas.

Desde luego que los opositores de Chávez esgrimen una serie de consideraciones para deslegitimar su triunfo, sugiriendo que mediante fraudes electorales se va a perpetuar en el poder, algo que no se ha podido demostrar porque en los últimos procesos electorales en Venezuela que han estado estrechamente vigilados, nadie de los perdedores ha alegado fraude ni el gobierno ha escamoteado los triunfos de la oposición. Asimismo, la reelección que existe en otros países democráticos de Europa como Inglaterra donde Margaret Tatcher se reeligió tres veces hasta que los de su propio partido la frenaron, no causa el mismo malestar ni nadie les dicen dictadores.

Desde luego que se pueden alegar muchas objeciones contra Hugo Chávez y tal vez algunas sean legítimas y hasta verdaderas, pero hay que mostrar evidencias no sesgadas de ello para evitar los dimes y diretes inútiles que sólo refuerzan los dogmas y envilecen el diálogo. Por ejemplo, cuando a los detractores de Chávez se les pide que comparen el crecimiento económico de Venezuela con el de México, inmediatamente tratan de desacreditar los logros de Chávez en materia económica con argumentos pueriles y endebles como decir que es una economía petrolarizada, de que es una economía pegada con alfileres y cosas por el estilo. Pero lo curioso es que se revuelven más en tratar de demostrar los supuestos aspectos engañosos o efímeros de la exitosa política económica del gobierno venezolano, que en explicar el fracaso de la economía mexicana en manos de los neoliberales.

El enojo contra Chávez, Evo Morales y otros mandatarios latinoamericanos de izquierda es porque son socialistas en serio y no se andan disculpando por ello como hacen algunos izquierdistas vergonzantes mexicanos que se llenan la boca con el epíteto de reformistas o se dicen moderados o de centroizquierda para recibir el beneplácito de los neoliberales.

En consecuencia, en una democracia todos tenemos derecho a decir lo que queramos, pero no todas las opiniones son igualmente válidas epistémicamente hablando.

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