El sentido de la muerte
César Ricardo Luque Santana
En mi colaboración anterior sobre el problema de la muerte desde la perspectiva de la filosofía, concluía siguiendo a Manuel Levinas que el sentido de la muerte hay que buscarlo no ella misma sino en la propia vida, dibujando un horizonte de sentido de ésta o un proyecto de vida más allá de nuestras aspiraciones personales legítimas, es decir, procurando dejar una aportación significativa a los demás aunque sea modesta, pues esa sería en mi opinión la mejor manera de trascender. Esta afirmación involucra una perspectiva filosófica materialista que no comparte la idea de la muerte como un consuelo ante una vida desgraciada. Desde luego que dentro de este enfoque caben diversas posiciones, no sólo aquellas que reivindican la necesidad de una justicia social para una buena convivencia en comunidad donde la aspiración a la felicidad personal no es ajena a la felicidad colectiva sino que la presupone en cierto modo, sino que también existen algunas posturas pesimistas como la de Schopenhauer o nihilistas como la de Nietzsche.
Una estudiante de filosofía escribió en mi blog Hetairos un comentario donde me plantea dos preguntas, mismas que no pude contestarle en su momento porque me ausenté de la ciudad y durante ese lapso no consulté el Internet, pero que ahora recojo para desarrollar el planteamiento inicial de este escrito. En la primera de sus preguntas dice que de qué sirve construir un horizonte de sentido para nuestra vida si al morir éste se desvanece, y en su segunda inquietud plantea si es válido admitir el eterno retorno nietzcheano.
La primera inquietud puede parecer ingenua pero tomada literalmente descalifica no sólo la propuesta de darle sentido a la muerte dándole sentido a la vida, sino también a las posturas metafísicas que predican una vida eterna en todas sus variantes. No creo sin embargo que esta postura plantee un nihilismo, pero tampoco creo que un proyecto de vida generoso pierda significado con la muerte, si bien existen casos de personas que con su muerte prematura truncaron sus metas, pero aún así, si este proyecto de vida contribuyó en algo a mejorar la vida de los demás o los enalteció de algún modo, indudablemente que dejan un legado que justifica su existencia.
Retomando la exposición anterior, se dijo que la experiencia de la muerte como tal no existe y que por ello este fenómeno es incomprensible. Sin embargo este hecho no impide preguntarse qué hay más allá de la vida, ya sea como consuelo o en un sentido laico tratando de encontrarle sentido a la vida para dejar algún tipo de legado o memoria de una existencia que haya valido la pena. Esto último es lo que hay que enfatizar.
En la segunda pregunta es necesario diferenciar el mito del eterno retorno que ya aparece en Platón y los estoicos donde se parte de la idea de una edad de oro que con el transcurso del tiempo se desvirtúa y que la decadencia de la humanidad concluye en una conflagración que extinguiría el mundo para retornar al punto de partida (a esa nueva edad de oro para tratar de preservarla). Pero el eterno retorno de Nietzsche en su obra “Así habló Zaratustra” (a reserva de interpretarla incorrectamente), esgrime una noción del tiempo en su principio y fin como una repetición invariable, es decir, si el mundo se extinguiera pero los pocos sobrevivientes pudieran recomenzar, cometerían desde el inicio los mismos errores y vicios porque persistirían en sus mismas debilidades, es decir, no hay en él una noción idílica de una supuesta edad de oro que significaría una segunda oportunidad. No obstante este fatalismo, la idea del Superhombre marca la diferencia porque siempre habrá hombres libres que decidirán no actuar como rebaño sino que se propondrá transmutar los valores prevalecientes fortaleciendo la autonomía personal.
En este sentido, para Nietzsche el miedo a la muerte y sus consolaciones son un síntoma de decadencia. La creencia cristiana sobre la muerte es rechazada vigorosamente por Nietzsche, pues el sustento de la “vida eterna” descansa en el concepto de Dios y éste para él es un concepto vacío. La frase “Dios ha muerto” que aparece en la ya mencionada obra de Nietzsche significa por un lado que los propios creyentes en Dios han matado ese referente por su doble moral, pero además, conceptos como el “Dios”, “progreso”, “socialismo”, etc., son para él meras utopías o consuelos (engaños) para la manada, de ahí que el Superhombre deba de romper con la idea de Dios y otras nociones ilusas.
Para el filósofo pesimista Schopenhauer, en su obra “El amor, la muerte y las mujeres” (Editorial Latino Americana, 1952), “la individualidad de mayoría de los hombres es tan miserable y tan insignificante que nada pierden con la muerte (98). “A la humanidad y no al individuo es a quien se le puede asegurar la duración.” (99) Misantropía aparte porque para Schopenhauer el hombre (como especie o colectivo) no puede ser feliz en ningún modo de existencia posible, para él no hay propiamente inmortalidad del alma sino sólo duración de la especie, es decir, una postura naturalista. Incluso rechaza tajantemente que la vida eterna sea deseable: “exigir la inmortalidad del individuo es querer perpetuar un error hasta el infinito.” (99) Añade que si después de la muerte el hombre conservase su conciencia (alma), ésta sería tan pobre y estrecha como lo fue en vida, por ello concluye que es mejor que descanse en paz.
Para terminar este escrito y este tema, la tesis de que el sentido de la muerte hay que buscarla en la vida misma se puede apreciar como acabamos de ver incluso en posturas extremas como la pesimista de Schopenhauer y la nihilista de Nietzsche. Lo común a ambas es que se remiten invariablemente a un compromiso estrictamente individualista que al parecer no se preocupan por la cuestión del otro como en Levinas, donde la construcción de sentido no es una tarea sólo individualista sino que tiene que ver con un compromiso para construir una sana convivencia en comunidad. Creo que estas diversas posturas materialistas son no obstante espirituales en un sentido laico porque invitan a las personas al perfeccionamiento como seres humanos como pretendía Sócrates, mientras que las posturas idealistas o religiosas que se aferran a encontrarle sentido a la muerte en el más allá, salvo excepciones, promueven el conformismo al limitar la conciencia crítica y revelan paradójicamente un burdo materialismo al querer perpetuarse indefinidamente en una supuesta vida eterna en vez de hacerlo dejando una buena contribución a la humanidad con sus actos.