El otro 11 de septiembre
César Ricardo Luque Santana
Hace 38 años fue derrocado el presidente constitucional de Chile Salvador Allende por sediciosos militares chilenos al mando de Augusto Pinochet y con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense, una organización criminal del gobierno de los Estados Unidos cuyos objetivos principales son espiar y desestabilizar gobiernos de países contrarios a sus intereses e incluso de asesinar a sus enemigos. Sin embargo, los medios de comunicación se han volcado a conmemorar el otro fatídico 11 de septiembre, el del 2001, donde mediante una serie de ataques terroristas de fundamentalistas islámicos (presuntamente de Al Qaeda y Osama Bin Laden), derribaron las Torres Gemelas del World Trade Center en New York, símbolo del poder financiero mundial, así como el ataque al Pentágono y otro avionazo (el vuelo 96) que no logró su objetivo pero que igual sacrificó la vida de todos sus pasajeros y tripulación.
Sobre esto último se ha escrito y dicho hasta la saciedad en todos los medios impresos y electrónicos, predominando la versión oficial del gobierno estadounidense, con algunas excepciones que la han puesto en duda sugiriendo una posible conspiración del propio gobierno norteamericano o al menos cierta negligencia criminal al respecto. Asimismo, se ha criticado que dicho ataque ha servido de coartada para la intervención del imperialismo en algunos países del Oriente Medio con el fin de apoderarse de sus recursos naturales, particularmente el petróleo, al mismo tiempo que les ha permitido instalar físicamente bases militares en la región para de ese modo tener mayor injerencia en la desestabilización de algunos gobiernos non gratos, alegando hipócritamente que actúan en aras de la democracia, la libertad, los derechos humanos, etc. La doble moral del imperialismo les permite consentir y tolerar a regímenes brutales y personajes siniestros cuando benefician sus intereses, pero los convierte en perros del mal cuando se les salen del huacal.
Pero, ¿qué pasó en Chile en septiembre 1973? La pregunta es pertinente no porque se pretenda minimizar una atrocidad como los atentados del 11-S en Estados Unidos que como tal es absolutamente injustificable y repudiable, sino porque es necesario traer a la memoria la otra tragedia, la que enlutó a la democracia en América Latina y provocó un baño de sangre de varias décadas en el subcontinente donde las dictaduras militares se solazaron en Centro y Sudamérica con la instigación, asesoría y financiamiento gringo, dando lugar a miles de asesinatos, desaparecidos, torturados, exiliados y de una impunidad que todavía perdura. Los jóvenes de hoy que tienen fresco el 11 de septiembre de 2001 y que seguramente sienten una indignación por ello -independientemente de la manipulación al respecto- deben de conocer la otra cara del imperialismo, la de victimarios, sin que con ello se pretenda avalar en modo alguno –reitero- el terrorismo que cobró la vida de miles de inocentes, pues la violencia terrorista es en sí misma injustificable, por más que se señale que existan agravios que son el resorte que lleva a algunos grupos a acciones extremistas e irracionales. Yo creo en este punto lo que decía Albert Camus: “no es el fin el que justifica los medios sino los medios los que justifican el fin”, porque si se tiene una causa noble, no cabe éticamente hablando usar medios ilegítimos como lo son invariablemente los métodos del terrorismo, sin olvidar desde luego -hay que insistir- que también existe un terrorismo de Estado aplicado en unos casos contra sus propios pueblos (dictaduras, tiranías) y contra otros (imperialismo) a los que se quiere avasallar con fines colonialistas.
En Chile, Salvador Allende ganó de manera democrática luego de varios intentos la presidencia de la república. La Unidad Popular conquistó el poder mediante las urnas y trató de construir una vía pacífica hacia el socialismo. Desde el poder, Allende trató de recuperar las riquezas naturales de su país para los chilenos afectando a determinadas empresas trasnacionales de capital estadounidense y asimismo a la oligarquía nativa, en medio de una polarización política previa y posterior a su triunfo, originándose intensas luchas sociales entre los partidarios de Allende y su proyecto, y sus enemigos internos y externos, quienes se liaron en grandes movilizaciones callejeras.
El presidente de los Estados Unidos Richard Nixon utilizó al dictador brasileño Emilio Garrastazu, así como a la CIA y su embajada, para atraer a un grupo del alto mando militar chileno encabezado por el General Pinochet (a la sazón ministro de guerra del gobierno constitucional de Chile luego de que fuera destituido bajo presiones el General Carlos Prats, un militar leal a la Constitución chilena) para fraguar el golpe de Estado con el pretexto de combatir el marxismo y el socialismo en América Latina. Washington planeó e instrumentó el cobarde ataque a La Moneda, la sede del poder ejecutivo de la república de Chile, mediante un fuerte financiamiento a opositores de Allende, no sólo personajes, sino partidos (principalmente el “demócrata cristiano”) y medios de comunicación como la telefónica trasnacional ATT, entre otras.
Los estadounidenses venían impulsando desde un par de décadas atrás, prácticas terroristas en otros países latinoamericanos como en Guatemala y con esa y otras experiencias más, desarrollaron una estrategia que culminaría con el golpe militar en La Moneda. Previamente trataron de estrangular la economía chilena congelando créditos, ayudas económicas y saboteando su comercio. El triunfo de Allende y la Unidad Popular en 1970 fue muy apretado pero el año siguiente en las elecciones municipales, la izquierda subió en las preferencias electorales para luego descender debido a la crisis económica inducida por los Estados Unidos en complicidad con los capitalistas chilenos, para desembocar en el mencionado golpe de Estado de 1973.
Las movilizaciones callejeras de un bando y otro subieron de intensidad por la aparición de grupos de provocadores de ultraderecha que echaron mano de métodos violentos asesinando a líderes de izquierda, dando lugar al surgimiento de un grupo armado de izquierda conocido como el Movimiento Revolucionario de Izquierda (MIR), una guerrilla urbana que trató de contrarrestar a los ultras de derechas y que posteriormente bajo la dictadura, fueron un foco de resistencia el cual poco a poco fue derrotado. El golpe de Estado como decíamos fue el desenlace fatal de este proceso, pero huelga reconocer que hubo también militares íntegros, principalmente marinos y oficiales de rangos medios y bajos, que intentaron hacer frente a los golpistas sin éxito.
Las fuerzas armadas y de carabineros controladas por militares sediciosos al mando de los Estados Unidos y con el apoyo absoluto de los medios de comunicación, ahogaron en sangre y fuego la democracia demostrando con ello que sus “convicciones democráticas” llegan hasta donde les conviene porque por un lado alegan que la democracia es el fundamento del poder político (lo cual además es falso), pero por el otro están dispuestos a mancillarla cuando son derrotados por las fuerzas populares, situación que se ha repetido en formas diferentes en diversas ocasiones.
Con la dictadura de Pinochet (que duró 17 años), Chile inició una apuesta por el neoliberalismo prematuramente, manteniendo sólo la nacionalización del cobre que era la principal renta del Estado. Ahora, los golpes de Estado son “preventivos”, pues si se percibe que un candidato de izquierda puede llegar al gobierno, los ricos amenazan con sacar el dinero del país, los medios de comunicación que evolucionaron a poderes fácticos lo estigmatizan si es auténtico y si tiene buenas probabilidades de ganar en las urnas y al mismo tiempo impulsan al candidato de derechas que consideran garantiza sus intereses. La lucha ideológica ahora se ha trasladado abiertamente a las instituciones educativas marcando una orientación soterrada pero efectiva de la visión del mundo capitalista imponiendo un pensamiento único de tal manera que la población no solo no se oponga a sus victimarios sino logrando que los apoye actuando en contra de sus propios intereses.