Vivir con valores
César Ricardo Luque Santana
La pertinaz campaña del DIF estatal (Nayarit) sobre la promoción de los valores, refleja la visión de una clase política que vive en la fantasía porque creen que basta una campaña publicitaria para promover los valores en la sociedad, además de que expresa la visión e ilusión típicamente conservadora de creer que los valores, y con ello el mejoramiento personal, se pueden alcanzar por el sólo hecho de desearlos sin considerar las condiciones de posibilidad económicas, sociales y políticas de la población a la que se dirige dicha campaña.
Pero como dijo el destazador, vamos por partes. Primero, qué entendemos por valores; segundo, analizar si los valores pueden transmitirse (ambos tópicos son temas de suyo filosóficos tratados por la Ética); y tercero, hacer una lectura política de esta obsesión de los grupos conservadores y tradicionalistas respecto a los valores, la familia, las buenas costumbres y los estados emocionales positivos.
Cualquier libro elemental de Ética aborda la cuestión de definir los valores acotando éstos al plano de la moral como principios de comportamiento que asumen los individuos en una comunidad por convicción sin mediar ninguna coerción como en el caso de las leyes o normas jurídicas, distinguiéndolas también de las normas de buen comportamiento como saludar, dar el asiento en los camiones a las personas mayores o con alguna necesidad visible, o cualquier norma de cortesía en general. De hecho, los valores que promueve esta instancia de gobierno, mezclan valores morales con normas de buen comportamiento y/o preceptos motivacionales. Todas sin embargo, son cualidades deseables en los seres humanos, pero el ser “optimista” o tener buena “actitud”, por ejemplo, no son preceptos estrictamente morales, pues la moral trata de lo relativo al bien en contraposición al mal, es decir, un pesimista no es necesariamente alguien malo, sino un sujeto deprimido, e igual, una persona apática o sin actitud positiva, puede ser por falta de motivación, sin que ello implique un juicio moral al respecto. En otras palabras, hay normas que son de índole interna porque se asumen por convencimiento (los valores morales) y otras que son de naturaleza externa porque se asumen para evitar una sanción subjetiva (“el qué dirán”) o punitiva (castigo corporal), o bien porque prometen el éxito personal.
Los valores morales son entonces asumidos por convencimiento no sólo en el discurso sino en la práctica, pues la importancia de los valores es que permiten la cohesión de la comunidad en la conciencia de lo que es bueno y lo que es malo. Una cosa es calificar de bueno al valor de la honradez y otra muy distinta es ser honrado, sin embargo, el hecho de que en la práctica haya sujetos que no son honrados (y tienen mucho éxito precisamente por ello), no demerita este valor porque su naturaleza es prescriptiva, es decir, es un ideal, está en marco del deber ser.
Hasta aquí no hay mayor problema, solamente se ha distinguido entre valores intrínsecos y extrínsecos, se ha señalado que ambos son positivos y necesarios para la convivencia social y nada más (pero nada menos). El punto ahora es si es posible enseñarlos.
Esta cuestión la trata Sócrates en el Diálogo platónico del Menón o de la virtud, donde Sócrates sostiene a lo largo de su diálogo con Menón, que las virtudes o valores no se pueden enseñar, pero concluye que si se pueden aprender. Lo que trata de decir es que para asumir los valores en serio, es decir, no sólo de dientes para afuera sino para regir de veras la conducta propia a partir de ellos, no es una cuestión de aprender en los libros, o de llenarse la boca de palabrería, sino de ser consecuente en la práctica, como por ejemplo, cuando Sócrates sostiene que es mejor padecer el mal que realizarlo. Es como si se quisiera generar una conciencia democrática con base en spots o cursos, pues a través de esos medios sólo se pueden aprender conceptos, pero no garantiza su realización efectiva. Esto lo vemos en los centros educativos donde se habla en las clases constantemente de democracia pero no existe en la práctica de la institución.
Por tanto, creer que se influye en el buen comportamiento de la gente con costosas campañas publicitarias, es en el menor de los casos una vacua ilusión y en el peor de ellos una forma de hipocresía grotesca, y en ambos denotan una profunda ignorancia, propia del pensamiento mágico más primitivo que creía en el animismo de las piedras.
La lectura política inevitable de esta ideología (falsa conciencia) de los grupos dominantes que viven en una burbuja de cristal, revela su desconocimiento del funcionamiento de sistema socioeconómico prevaleciente (aunque gozan de sus privilegios) donde los lazos de solidaridad promovidos por el Estado benefactor son ahora inexistentes, no obstante que la solidaridad es uno de los más bellos valores, pero que ha sido resignificado en términos de caridad individual y no como un lazo de apoyo mutuo de carácter social.
¿Cuál es la intención de este tipo de campañas del conservadurismo neoliberal, es decir, no la intención manifiesta, sino la oculta? Según el argumento falaz de este tipo de pensamiento muy afin a los rollos de desarrollo humano, superación personal, programación neurolingüística y demás supercherías del esoterismo, los individuos son responsables de su éxito personal con base en su actitud y buen comportamiento, sin tomar en cuenta el contexto en el que se desenvuelven. Pero, ¿no son acaso las personas más inmorales e inescrupulosas las que más éxito tiene? En efecto, así sucede en la realidad, y dicho éxito material se debe sobretodo a sus buenas relaciones políticas, o al pertenecer a dinastías o mafias económicas y/o políticas que les heredan poder político y económico, lo que les allanan el camino independientemente de que algunos puedan ser ineptos e inmorales, pues basta con ser astuto, ambicioso y decidido. Desde luego, hay como en todo, algunas excepciones afortunadamente.
El hecho es que hacerle creer a los demás que basta que sean buena onda, que tengan una actitud positiva, que deseen superarse, y de ser bueno en el sentido de no rebelarse nunca (de soportar las injusticias sin chistar), es decir, en términos de mansedumbre, explica el verdadero sentido de manipulación de esta campaña que se dirige al individuo socialmente aislado, al cual se conmina a ser respetuoso de unas instituciones totalmente desacreditadas, y sobretodo, a asumir que sus desgracias son su culpa por no ser una persona preparada y con las cualidades que la “filosofía” de la superación pregona, que no es otra cosa que religión disfrazada y fraseología de lugares comunes de Perogrullo, machacados una y otra vez, dirigidos a analfabetas funcionales y elaborados por analfabetas funcionales. El paralelismo con la religión es porque ésta promueve la salvación individual del alma y la sumisión ante los poderosos, es decir, el conformismo y la adaptación al medio social asumido como inexorable.
En conclusión, dicha campaña es además de costosa, demagógica, porque no es verdad que baste la mera actitud, asumir reglas supuestamente morales abstraídas de las condiciones materiales de vida de la persona o seguir pautas como el optimismo, la generosidad, etc., que son resignificadas de manera perversa e hipócrita. El éxito material en general está reservado por definición a unas cuantas personas y los valores aludidos son inútiles en el sentido en que se manejan, pues su función primordial no es la auténtica realización del individuo como ser humano, sino cultivar su egoísmo para que compita con sus semejantes ante la zanahoria que los poderosos les ponen para que formen parte de la minoría de incluidos, mediante un sistema de meritocracia, restringido de suyo.