Tolerancia e intolerancia
César Ricardo Luque Santana
La tolerancia absoluta lleva al
relativismo cognitivo y moral. Significa
que “todo vale” y que “todo está permitido”. Se confunde con ello el respeto a
la persona y su derecho a expresarse libremente, con una permisividad per se a sus posturas y actitudes
blindándolas de la crítica. La intolerancia es válida por consiguiente contra
las ideas falsa basadas en prejuicios, sobre ideologizada, etc., así como
contra las prácticas deleznables y las actitudes nefastas.
Estoy de acuerdo en que nadie posee la verdad absoluta (ni
los científicos), que todos podemos tener parte de ella y que mediante el
diálogo y el debate podemos esclarecernos las cosas a nosotros mismos
distinguiendo lo cierto de lo falso y lo moral de lo inmoral (y lo amoral). Estoy
de acuerdo también en que las posturas maniqueas que absolutiza las posturas
propias descalificando en el mismo sentido las opuestas son erróneas, pero
tampoco existen posturas desinteresadas o pretendidamente asépticas o
neutrales. El problema no son los intereses en sí mismos sino el tipo de
intereses que se defienden, y en este sentido, considero que la orientación de
izquierda ofrece una ventaja sobre la postura de derecha porque la primera
supone un sustento ético, mientras que la segunda suele carecer de él. Esto no
significa en modo alguno que por ser de izquierda automáticamente se tenga la
razón y la derecha esté siempre equivocada. Lo que trato de decir es que es más
lógico admitir que alguien cuya orientación política se decanta por la equidad,
la justicia, la generosidad y por una fórmula democrática donde quien gobierne
mande obedeciendo, sea más proclive a tomar actitudes racionales y éticas que
quien promueve actitudes mezquinas basadas en una actitud egoísta que busca su
provecho personal en detrimento de los demás, aunque desde luego hay personas
que no tienen intereses económicos propios que defender sino que actúan movidos
por meros prejuicios, atentando incluso contra sus propios intereses, como es
el caso de muchos asalariados y desempleados que defienden inconscientemente un
sistema que los excluye, que les escamotea sus derechos sociales. En un caso
por ejemplo, se fomentan valores solidarios y fraternos; en el otro se cosifica
al ser humano y a las relaciones humanas. El ser humano es sujeto y no objeto,
pero cuando las relaciones humanas están envilecidas por el dinero, las
personas son tratadas como cosas, como instrumentos, recursos, etc. En este
punto cabe hacer una analogía con el
conocimiento científico que también necesita de filtros llamados marcos
teóricos, pues no hay conocimiento de la realidad que prescinda de
conocimientos previos, como tampoco sería válida una postura como el anarquismo
epistemológico de un Feyerabend quien le da el mismo valor al pensamiento
mágico que al racional.
En este orden de ideas, creo que la postura de izquierda
permite ser más receptivo a la verdad o a la racionalidad, a la demanda de que
la prosperidad material no sea excluyente. La izquierda y la derecha no deben
ser tomadas en términos ideológicos, sino como actitudes ante la vida. Por
ello, la izquierda no se reduce a un partido ni a una doctrina política. Ser de
izquierda es estar a favor de toda forma de progreso, no solo en el terreno científico
sino también social. Originalmente, los conceptos de izquierda y derecha
nacieron en Asamblea Nacional Constituyente posterior a la Revolución Francesa (1879)
donde la bancada situada a la derecha del presidente de la misma, defendía el
poder absoluto del rey, mientras la bancada ubicada a la izquierda trataba de
limitarlo dándole sentido al cuerpo parlamentario. Desde entonces, se
identifica a la izquierda con actitudes progresistas, laica, de promoción de la
igualdad social, de defensa de los derechos sociales o civiles por encima de
los intereses estrictamente individuales que defiende la derecha que además
tiende a ser confesional y conservadora.
Por estas razones, sostengo que la posición de izquierda es
una condición necesaria pero no suficiente para ejercer un pensamiento crítico,
pues lejos de empañar la búsqueda de la verdad la potencia siempre y cuando se
considere sin reservas el principio planteado por Antonio Gramsci de que “solo
la verdad es revolucionaria”. Este principio nos pone en guardia contra la autocomplacencia
permitiendo que fluya la autocrítica sin llegar a una autoflagelación y menos aun
como se dijo al principio, a admitir un relativismo que al asumir el “todo vale”
equivale a “nada vale”. Esto último lo menciono por los constantes reproches
que se nos hacen desde posiciones de derecha de que solo nos gusta ver la paja
en el ojo ajeno pero no en el propio, reproche que abordaré enseguida.
Los adversarios de AMLO (principalmente priistas) que nos
recriminan a sus seguidores (y a él) una actitud “intolerante” porque
defendemos nuestra causa de una manera firme, nos echan en cara de que solo
vemos las fallas del adversario y no las propias, sin reparar que estamos en
lucha donde se juega el destino de la nación e ignorando los matices que al
menos en mi caso trato de hacer para evitar caer en un maniqueísmo o en
actitudes dogmáticas. Ciertamente me he negado tajantemente a equiparar casos
similares que llevan a la falsa lectura de que todos los políticos son iguales
confundiendo la tolerancia con un relativismo inadmisible al que aludí en el
primer párrafo. Exigen pues que uno reconozca fallas propias, pero cuando uno
lo hace matizándolas, no admiten dichos matices porque los consideran como meras
coartadas, sin refutarlos, y peor aun, parapetándose en un comportamiento
cínico que equivale a decir: “pues sí, en el PRI (o el PAN) hay corruptos, pero
en sus filas también, ergo, todos son
iguales”. Este es justamente lo que hay que debatir, porque mientras en la
izquierda la corrupción es una anomalía, en los grupos de derechas es parte de
su idiosincrasia. No hay comparación válida cuantitativa ni cualitativa y por
ende no cabe hacer generalizaciones.
Los intentos de algunos querer minar la credibilidad de AMLO
insistiendo en que “todos son iguales”, que la izquierda no está exenta de
corrupción (lo cual es cierto), padecen de lo mismo de que se quejan, es decir,
de tomar una postura intransigente cerrando el paso a explicaciones plausibles.
No pueden o no quieren entender que si su pretensión de comparar como
equivalentes los casos de corrupción de políticos de los diversos partidos -sin
afán de exentar a los propios- no tiene punto de comparación. Si Bejarano por
ejemplo, es un caso emblemático o paradigmático de la corrupción perredista o
de las izquierdas, su transgresión a la ley y a la moral palidece si se compara
con otros corruptos como Diego Fernández, Vicente Fox, Carlos Romero Deschamps
y una larguísimo lista de políticos y empresarios ligados al PRI que se han
hecho inmensamente ricos a la sombra del poder político. Es como si se compara
el robo de un desodorante que un pobre hace en un supermercado, con estafas
multimillonarias que curiosamente no están tipificadas como delitos graves. Ante
la ley (que no necesariamente es justa), robo es robo y ambos son rateros. Pero
el primero se va al bote sin tocar baranda mientras que el segundo sale impune
de su delito. René Bejarano, un personaje de suyo indefendible y con mala fama
en la misma izquierda desde antes del escándalo, no robó al erario público,
sino que recibió dinero de un particular (Carlos Ahumada) a quien haría favores
que nunca le hizo. Se fue además a la cárcel (a diferencia de la mayoría de los
priistas corruptos que gozan de impunidad) y su carrera política quedó
maltrecha, si bien ha sobrevivido gracias a la fuerza de su tribu política.
Pero decir que la gente de izquierda en su conjunto no se afrenta de este tipo
de personajes es mentir, es actuar de mala fe. Han sido los priistas (y en
menor medida los panistas), quienes defienden a sus corruptos a capa y espada o
les dan la espalda simuladamente como ocurre actualmente con Tomás Yarrington
que de momento es una piedra en el zapato para Peña Nieto en esta coyuntura
electoral. Del mismo modo, los priistas y su el candidato presidencial ha
tratado de desmarcarse mediáticamente de otros de sus correligionarios de mala
fama pública como varios de sus ex gobernadores (Ulises Ruiz, Mario Marín, Ney
González, Roberto Madrazo, Fidel Herrera, Humberto Moreira, etc.) a quienes mantienen debajo de la alfombra pero que sin
embargo protegen. Tampoco hay punto de comparación en cuanto a la cantidad de
casos sin que eso sea una disculpa, pues la izquierda debe sustentarse en una
actitud ética, de ahí que en ella pesen mucho las transgresiones a la ley y a
la moral.
Hay entonces una
dialéctica entre la tolerancia y la intolerancia que se debe observar para
moverse dentro del pensamiento crítico, mientras que las posturas unilaterales
que absolutizan una parte en detrimento de la otra, llevan a actitudes
sectarias, dogmáticas, y por ende autoritarias. La tolerancia es pues a las
personas y a su libertad de expresión; la intolerancia a la ideas falsas, las
actitudes nefastas, las prácticas de corrupción, contra la injusticia, la
exclusión, el dominio, la explotación, etc. Por ello, celebro la intransigencia
o intolerancia de López Obrador contra los altos sueldos de magistrados,
consejeros del IFE, diputados, senadores, gobernadores, alcaldes, regidores,
secretarios de Estado y contra los dispendios de los gobernantes.
luque2009@gmail.com