Apuntes para una pedagogía de la pregunta
César Ricardo Luque Santana
El origen del filosofar –coinciden Platón y Aristóteles- reside en el asombro o admiración. ¿Qué significa esto y cómo se logra? Significa tener una actitud inquisitiva y reflexiva hacia las cosas, pero el desarrollo de un pensamiento crítico no se da en forma inmediata, espontánea o gratuita, sino que es algo aprendido o devenido. Aristóteles nos dice en su “Metafísica”, que la facultad de pensar o razonar es característica de todas las personas y que el conocimiento es una tendencia natural de los humanos. Sin embargo, dicha facultad es sólo un dispositivo natural, ya que la capacidad de pensar es en gran medida resultado de un proceso educativo; mientras que el conocimiento supone una actitud activa del sujeto, de manera que si el conocimiento es la respuesta a una pregunta como dice Bachelard, y es por ende algo construido, es necesario saber preguntar o problematizar, lo cual se logra sólo en estado proactivo de admiración o extrañamiento. ¿Qué condiciones se requieren para llegar a este estado de asombro?
La admiración o asombro es un estado de perplejidad, de desconcierto, de confusión, de extrañeza, de saberse perdido. Sólo de este modo se activan las preguntas, pero es necesario que exista previamente la curiosidad y ésta surge del conocimiento mismo, dando lugar a un círculo virtuoso. Esto es acorde con el significado etimológico de la filosofía como “amor al saber”. En efecto, Platón dice que el deseo (eros) se dispara por dos razones: uno, porque se desea aquello que se carece, que no se tiene; dos, porque eso que se desea debe ser importante o significativo, pues de otro modo no se desearía.
El problema es entonces determinar cómo se llega a ese estado de perplejidad o de curiosidad, lo cual resulta relevante en un proceso de enseñanza-aprendizaje, pues la preocupación de lograr procesos de aprendizaje significativos mediante métodos didácticos interactivos (constructivistas), no repara a veces en que es necesario contar con los conocimientos previos necesarios de una temática específica o en la maduración intelectual del estudiante para que se dé éste, de modo que las condiciones para que una pedagogía de la pregunta funcione, no se reduce a aprender técnicas de análisis de textos y cosas por el estilo, lo que sin duda es valioso.
Todos los profesores preocupados por formar pensamiento crítico en nuestros estudiantes deseamos que estos sean participativos, cuestionadores, inquisitivos, críticos; pero para lograrlo, necesitan paradójicamente estar empapados de los temas que se tratan en las clases y en las lecturas que realizan. Desde luego que son necesarias asimismo ciertas actitudes y habilidades, por ejemplo, tener una dosis de escepticismo, leer intensamente, ser perspicaz, saber analizar y construir argumentos, entre otros aspectos.
También abona a favor de este propósito emplear una didáctica que propicie en los estudiantes su participación, desencadenando para ello un interés por la asignatura y la carrera que está estudiando, aunque considero que al menos los estudiantes que están en la carrera por vocación deberían de tener una motivación intrínseca. Tampoco se trata de ignorar que las limitaciones en las habilidades y hábitos de estudio de algunos estudiantes (mismas que habrán de superarse), explican parcialmente su pasividad y conformismo e inciden en un bajo aprovechamiento.
Dicho lo anterior, retomaré someramente algunos planteamientos de los filósofos Leopoldo Zea y Luis Villoro acerca del filosofar, las cuales iluminan la problemática tendiente a conseguir un aprendizaje significativo mediante un proceso interactivo.
Leopoldo Zea en su “Introducción a la Filosofía” (UNAM) dice respecto a la admiración filosófica a la que aluden Platón y Aristóteles, que consiste en una situación de extrañeza respecto a los objetos que nos son familiares. Las cosas que nos son familiares –dice Zea- forman nuestro horizonte de sentido, pero éste se torna problemático o extraño cuando mediante una mirada atenta encontramos algo nos resulta insatisfactorio, que nos causa extrañeza, cuando nos damos cuenta que hay algo no embona bien en nuestro horizonte de cosas conocidas y que es necesario por tanto repensarlo para rehacer dicho horizonte de sentido, rechazando el orden o paradigma existente proponiendo uno nuevo. Al ejercer la duda, se cuestiona lo que para los demás resulta normal. Restaurar el horizonte es restaurar un orden perdido desde una perspectiva totalizadora cuestionando los fundamentos que le dan sentido.
En cuanto a Luis Villoro, nos dice en su obra “Páginas filosóficas” (editado por la Universidad Veracruzana), que la actitud filosófica no es espontánea como sucede con la actitud natural, la cual tiende a aceptar el horizonte de sentido que hereda, sino que implica un azoro o extrañeza motivado por razones diversas, desde descubrir una mentira, desconfiar de algún dogma, etc.
El filosofar es entonces –sostiene Villoro- una catarsis que consiste en depurar las opiniones buscando por uno mismo mediante la razón la verdad de las cosas. En este sentido, la filosofía es un proceso liberador, desenajenante, ya que nos incita a buscar la verdad atreviéndonos a pensar por sí mismo. Pero no sólo es el asombro el que lleva al filosofar, sino que también la pasión por la verdad, por ser auténticos. Filosofar como una forma de razonamiento es en consecuencia apuntar la mirada hacia los fundamentos de las cosas y al mismo tiempo un modo de vida. Acota Villoro que para llegar a estar en condiciones de filosofar no hay una conversión súbita de la actitud natural o espontánea a la actitud crítica, sino que se trata de un proceso lento de maduración.
En consecuencia, la verdadera actitud constructivista del aprendizaje supone la existencia de un pensamiento crítico y éste no existe de antemano sino que también se construye. Por ello el logos tiene la doble acepción de razón y palabra, de conocer o hacer teoría para luego expresar o comunicarla. En el primer caso se trata de conocer lo que se dice respecto de algo y desde ahí cuestionar, depurar como dice Villoro, para llegar a conclusiones propias. Se trata de entender o comprender primero para después estar en condiciones de poder juzgar. La posibilidad misma para hacer ciencia implica conocer previamente las teorías científicas como lo señala atinadamente Alan Chalmers en su libro “¿Qué es esa cosa llamada ciencia?”.
La pedagogía de la pregunta (la que subraya el aprendizaje), al contrario de la pedagogía de la respuesta (que se centra en la enseñanza como transmisión de conocimiento), no ofrece respuestas acabadas sino que incita a reflexionarlas, a construir por sí mismos una postura determinada exigiendo y ofreciendo buenas razones. El problema de la educación tradicional no es explicar las teorías existentes sino quedarse en esas explicaciones sin transitar a su crítica, problematizándolas, transformando el modo de apropiación de los conocimientos hacia una forma activa. Del mismo modo que fallaría el constructivismo si pretendiese que haya reflexión cuando ni siquiera se ha logrado entender correctamente algo, pues no se puede aprender a correr cuando no se ha aprendido a caminar (e incluso a gatear). Es necesario llegar primero al estado de admiración, de extrañeza o perplejidad a través de un conocimiento preliminar a un nivel lo suficientemente aceptable para suscitar preguntas e incentivar el deseo. De ahí que la mejor forma de aprender a pensar sea mediante la investigación, entendida no sólo como habilidades y hábitos especiales sino como una actitud de independencia intelectual.