La sagrada familia
César Ricardo Luque Santana
Recientemente se llevó al cabo en la Ciudad de México el “VI encuentro mundial de las familias” que organizó la Iglesia católica, donde el alto clero expuso sus posturas conservadoras ya conocidas acerca de la familia, el matrimonio, la sexualidad, la cuestión moral, la educación religiosa, entre otras, sin mayores argumentos que invocar un supuesto derecho natural como fundamento de sus concepciones y con la intencionalidad manifiesta de socavar el Estado laico.
En este sentido, dichas posiciones fueron una retahíla de anacronismos e incongruencias esgrimidas desde la típica doble moral que caracteriza al alto clero católico, vertiendo asimismo unas dosis de fundamentalismo y totalitarismo que los exhibe como irredentos respecto a la separación Iglesia – Estado. Para ellos nada de que “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”.
En esta ocasión, comentaré brevemente sus nociones respecto a la familia y mostraré por qué sus planteamientos son esencialmente falsos, hipócritas y peligrosos para una vida democrática que sólo el Estado laico puede garantizar.
Respecto a su idea de la familia, consideran que sólo hay un modelo verdadero y que cualquier forma de unión conyugal que no esté dentro de sus parámetros está equivocada y debe ser por tanto estigmatizada, asumiendo con ello que los valores religiosos católicos son los únicos universalmente válidos, entendiendo por universal, el monopolio de los valores morales desde su perspectiva. La familia según su visión, sólo puede consistir en la pareja heterosexual en matrimonio sacramentado por la Iglesia católica y que vive conforme los valores cristianos, como por ejemplo, ejercer la sexualidad con fines reproductivos poniendo al placer en segundo término o de plano negándola. Con base en ello, aseveran que las familias desintegradas o disfuncionales, o peor aún, que muchos problemas de violencia y delincuencia en la sociedad, tienen que ver con no ceñirse a dicho modelo de familia, afirmación evidentemente insostenible. En resumen, la familia católica es virtuosa por eso sólo hecho y las familias ajenas a esa doctrina están descalificadas de antemano por obra y gracia de un esencialismo arbitrario.
Evidentemente, esta visión de la familia es vaga, estrecha, abstracta y falsa, además de retrograda en la medida en que amenaza derechos conquistados como el divorcio, la educación laica y otros, pero sobretodo porque tiene la pretensión nada disfrazada, de imponer las concepciones de una religión específica a una sociedad de naturaleza plural, haciendo prevalecer concepciones religiosas parciales (que en todo caso sólo deben asumir sus feligreses si así lo desean) como leyes civiles, sin importarles la pluralidad cultural de la sociedad, como es el caso de su empecinamiento a imponer la educación religiosa (léase católica) a todos sin excepción.
En efecto, no obstante que en México al menos el 80% de la población manifiesta ser católica, los índices de divorcio, violencia intrafamiliar y otros, ocurren por lógica en gran medida a personas de confesión católica. Se sabe por otra parte de familias dedicadas a la delincuencia organizada (el secuestro y el narcotráfico por ejemplo) son muy unidas e incluso muy religiosas (normalmente católicas), es decir, nada desintegradas. Hay muchos contraejemplos más que demuestran la vacuidad e incongruencia de las posturas esgrimidas en el mencionado evento de los católicos, como los casos de de las narcolimosnas que ellos mismos reconocieron que recibían con la “justificación” de que ese dinero sucio se purificaba al entrar a las arcas de la Iglesia, o la protección a curas pederastas mediante el encubrimiento activo o el silencio cómplice. Es evidente que el alto clero incurre en una doble moral, pues incluso su condena del homosexualismo resulta hipócrita e injusta. Tampoco reconocen que parte significativa de la erosión de las familias se da por la miseria económica que provoca el capitalismo neoliberal, compartiendo con las derechas neoliberales y conservadoras la promoción de políticas subsidiarias en vez de abogar porque el Estado cumpla los derechos sociales constitucionales de los mexicanos que evitarían los altos índices de pobreza y sus nefastas consecuencias.
La realidad social es otra y es desde luego más compleja que las simplificaciones a que pretenden reducirla. En efecto, la sociedad actual muestra muchos tipos de familia: madres solteras, matrimonios que profesan otras religiones o ninguna, uniones heterosexuales libres, e incluso parejas homosexuales que se hallan en unión conyugal, entre otras modalidades, muchas de las cuales viven una relación estable económica y emocional, e incluso que son felices, con sólidos principios morales pero sobretodo congruentes con los mismos; mientras que en contraste, algunas familias católicas padecen problemas de desintegración, violencia intrafamiliar y otros. Sin embargo, según los criterios fundamentalistas de la jerarquía católica, en ambos caso no sería así sólo por el hecho de que los primeros no profesan la religión católica y los segundos sí. Es decir, si la realidad no es como la imagina el alto clero, peor para la realidad. En rigor, en un caso y otro no tiene nada que ver en forma per se, ser católico o no, pues desde luego hay muchos católicos (y en sí creyentes de diversas religiones) que son magníficas personas; mientras que personas de otras religiones o ninguna pueden ser malas personas. Sin embargo, no se trata sólo de exigir ser congruente con los principios que uno dice tener, sino de valorar la pertinencia de esos principios mismos, y en mi opinión, al margen de la doble moral de la mayoría de los altos jerarcas católicos, sus posturas (como la relativa a la familia y la educación) son en sí mismas deleznables y erróneas.
Por último, la familia -pese al manto sagrado que pretenden colgarle- tiene un origen artificial (cultural) y un fin y una función mundana como bien lo señaló Federico Engels en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. En efecto, la familia nuclear o monogámica surge al imponerse el patriarcado y desarrollarse las desigualdades sociales donde unos cuantos acumulan riqueza personal y poder, pero necesitan saber quienes son sus hijos legítimos para heredarles su fortuna. La familia monogámica nació con ese interés, pero no canceló el derecho de facto del hombre poderoso de tener muchas mujeres u otras prácticas sexuales, pues la instauración histórica de la familia monogámica no supuso la igualdad de la mujer sino su sometimiento, asunto que desde luego no tocan porque siguen dándole al hombre un papel en el matrimonio, en la vida social y religiosa, no sólo diferente, sino superior al de la mujer.
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