El desprestigio de la política
César Ricardo Luque Santana
El reciente escándalo por la revelación pública del acuerdo tomado en lo “oscurito” entre el PRI y el PAN, donde los priístas canjearon con los panistas el compromiso de no hacer alianzas electorales en el estado de México (se entiende que con el PRD), a cambio de admitir los aumentos de impuestos contenidos en el paquete fiscal propuesto por Felipe Calderón a finales del año pasado, puso en evidencia una serie de perversidades de ambos partidos, a saber: la traición de los priístas a sus votantes (y a todos sus representados) mediante el apoyo al gobierno panista para aumentar los impuestos a cambio de conservar una plaza política y para proteger al gobernador Peña Nieto; la falta de escrúpulos de ambos representantes de dichos partidos; las mentiras, traiciones y marrullerías mutuas; y el intento de seguir engañando a todos los ciudadanos una vez revelados los hechos, en lugar de ofrecerles disculpas.
Las negociaciones entre los partidos para acordar políticas públicas y alianzas electorales no tienen en sí mismo nada de malo, de hecho son inevitables. Pero en una democracia se deberían hacer de cara a los ciudadanos, que se sepa oportuna y públicamente lo que quieren acordar y los términos de sus negociaciones, que sepamos todos cómo justifican los puntos acordados desde una perspectiva ética. Sin embargo, cuando lo que se negocia es de naturaleza inconfensable porque sólo sirve a sus propios intereses, o lo que es lo mismo, porque perjudica a los ciudadanos, es obvio que dichos convenios se tengan que hacer en forma secreta o clandestina, actuando como si fueran gangsters, en vez de comportarse como lo que se supone que son, entidades de interés público financiadas con dinero de los contribuyentes, razón suficiente para que moldearan su actos con transparencia, contribuyendo de ese modo a fortalecer la vida democrática del país.
El fallido convenio entre el PRI y el PAN, trató en esencia de que los primeros apoyaran a los panistas y su gobierno con la aprobación del paquete fiscal 2010 propuesto por éstos, a cambio de que el blanquiazul no hiciera una alianza con el PRD en el 2011 en el estado de México. ¿Qué ganaría cada uno y cuál sería el precio a pagar?
Para el PRI, cuya obsesión es recuperar la presidencia de México, es importante evitar un descalabro electoral en el 2011 en el estado de México, de manera que una eventual alianza electoral entre el PAN y PRD ahí, tendría que ser evitada a toda costa. Queda claro entonces que esta prioridad no sólo es por la gran cantidad de votos que aporta el estado de México en las elecciones federales, sino porque un tropiezo electoral en dicho estado significaría menguar también su mejor carta para la candidatura presidencial, el gobernador Enrique Peña Nieto, al cual han venido perfilando mediante una mercadotecnia simulada. Ahora bien, como el PRI le estaría pasando la factura al pueblo para que pagaran más impuestos, tenía que cubrir las apariencias tratando de el PAN cargara con esas medidas antipopulares, de ahí que en la votación del Senado para ratificar el paquete fiscal lesivo a los ciudadanos, los priístas se ausentaron en un número calculado para abstenerse de votar afirmativamente. Con ello, “cumplirían” de algún modo su palabra empeñada con los panistas sin ser exhibidos abiertamente como cómplices de ese latrocinio. Parafraseando a Hegel, echarían mano de “la astucia de la negociación”.
En cuanto al PAN y el gobierno federal cuyo fracaso es evidente para desgracia nuestra, era importante seguir cobrándole la factura de la crisis a los contribuyentes, mientras que aparentemente el estado de México bien valía una misa, pero la maniobra de los priístas en el senado les dio el pretexto perfecto para romper el acuerdo “chamaqueando” al PRI. No es la primera vez que los dizques “bisoños” panistas les juegan el dedo en la boca a los campeones del trinquete político, lo cual pone en entredicho eso de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Seguramente los panistas pensaron que si el PRI hacía público el ignominioso acuerdo, también saldrían salpicados, lo que en teoría no les convendría hacer. Tal vez por eso, el señorito César Nava se atrevió a mentir abiertamente negando acuerdo alguno con el PRI, pero cuando este convenio salió a la luz pública, tuvo que reconocer que sí lo suscribió a nombre de su partido.
La falta de escrúpulos de panistas y priístas para timar a los ciudadanos con negociaciones turbias y sórdidas, queriendo hacer prevalecer sus intereses facciosos sobre los intereses de la sociedad, así como las traiciones, mentiras y chapucerías cometidos entre sí en su guerra de lodazal, no ha parado ahí, sino que han supuesto que los mexicanos somos ingenuos cuando desde el panismo, Gómez Mont y César Nava, han tratado de eximir de la vileza cometida en dicha negociación al presidente Calderón, diciendo que él no estaba enterado del inmoral acuerdo, y él mismo, siguiéndoles el juego, se hace el desentendido; mientras que desde el priísmo, el inefable Manlio F. Beltrones se hace el inocente diciendo que ni él, ni los senadores del PRI, sabía que existía dicho acuerdo. Cualquiera con un poco de sentido común sabe que es imposible que estos personajes lleguen a desconocer este tipo de pactos, tanto por la posición política que ocupan como por sus truculentas historias personales.
Está claro entonces que este tipo negociaciones como la que protagonizaron el PRI y el PAN a espadas a la sociedad, con actitudes mezquinas y facciosas, salpicadas de mentiras y traiciones mutuas, representan una burla a los mexicanos, además de que no abona a favor de la democracia, sino que el desaseo de los políticos involucrados en la multimencionada negociación, refuerza el desprestigio de la política que en sí misma no es más que un instrumento necesario para resolver conflictos sociales. Asimismo, este escándalo da pie a la necesidad de analizar responsablemente, sin prejuicios, sin actitudes fundamentalistas o sectarias, pero con firmeza de principios y con profunda vocación democrática, la pertinencia de las alianzas electorales entre el PRD y el PAN, exigiendo que éstas no se ciñan a meros ejercicios de pragmatismo; y asimismo, la necesidad de una superación de la partidocracia que no implique la privatización o una falsa ciudadanización de la política. La discusión de la reforma política es sin duda el marco adecuado para discutir estos puntos en aras de construir una verdadera democracia que no esté secuestrada, ni por las burocracias partidistas, ni por los dueños del dinero.
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