Nuestra
deuda con la lucha del movimiento del 68
César
Ricardo Luque Santana
La
historia de México nos refiere la vocación y tradición de lucha del pueblo
mexicano, desde sus orígenes que nos llevaron primero a la independencia de la
corona española, luego a la reforma liberal con Benito Juárez (separación de la
Iglesia y el Estado mediante el laicismo) en pugna con las fuerzas
conservadoras, hasta la revolución mexicana de principios del siglo XX
propiciada por la enorme injusticia social y el autoritarismo asfixiante del
régimen porfirista. Posterior a la revolución, se multiplicaron los movimientos
reivindicatorios de obreros, campesinos, estudiantes y profesionistas, siendo el
movimiento estudiantil de 1968 uno de los más emblemáticos del México moderno y
posrevolucionario, mismo que constituyó un antes y un después de nuestra
nación, pues fue determinante para obligar al régimen autoritario de entonces -signado
por la hegemonía de un “partido de Estado” que ejercía el monopolio de la
política mediante un férreo control corporativista, mediático y represivo de
los trabajadores y ciudadanos, que en la práctica suprimía la disidencia auténtica
mediante una oposición simulada o la reducía a una presencia testimonial- a
aceptar cambios políticos que darían cauce al pluralismo que exigía la sociedad.
Por cierto, los cambios que se darían para transitar a dicho pluralismo no fueron inmediatos ni una
concesión gratuita; del mismo modo que la apertura del régimen tampoco significó
una auténtica conversión democrática de quienes detentaban autoritariamente el
poder político. Por desgracia, quienes a la postre se beneficiaron con el
relevo democrático, no estuvieron a la altura de las luchas que las
organizaciones sociales y los ciudadanos impulsaron pagando un alto precio por
ello.
Sin
un afán de hacer una recapitulación de los hechos que dieron origen al
movimiento del 68 y a las etapas del mismo que tuvieron un trágico desenlace
mediante una masacre de gente pacífica e indefensa y cuyos culpables quedaron
impunes; y sin pretender tampoco traer a colación explicaciones académicas del
mismo, no porque no sean necesarias y pertinentes, sino porque por un lado, es
una de las luchas que más pervive en la memoria popular, y porque por otro
lado, se asume que en general existe un consenso sobre el mismo visto en su
totalidad, gracias a la perspectiva que la distancia en el tiempo nos da sobre
esos sucesos, sin que eso signifique que no haya aún opiniones encontradas al
respecto. Empero, lo importante por ahora es subrayar la deuda que como
demócratas tenemos con la gesta que los jóvenes universitarios de esa época
hicieron para que las futuras generaciones gozaran de un país más libre, justo
y democrático.
Los
cambios que se han logrado a partir de la lucha de los jóvenes de hace 44 años,
no han sido honrados del todo porque la alternancia en el poder que se supone
debían darse mediante procesos electorales equitativos y autoridades imparciales,
el pluralismo concomitante a dicha alternancia, así como el supuesto
fortalecimiento de la división de poderes de nuestra democracia republicana, han
dejado mucho que desear por los sesgos y distorsiones que se han venido
suscitando, avanzando solamente en las reglas formales del juego democrático,
paralelamente a un retroceso en las condiciones de vida de los ciudadanos
comparativamente con esa época. En este tenor, la corrupción no sólo no se ha
podido superar sino que ha empeorado con las privatizaciones que las políticas
neoliberales ha instrumentado llegado al colmo de legalizarla, todo en detrimento
de los contribuyentes, de la viabilidad de la convivencia social y desdibujando
asimismo nuestra identidad nacional socavada por la globalización capitalista
donde todo lo sólido se desvanece al punto de que el mercado se ha puesto por encima de cualquier cosa por sagrada que
sea, llegando al extremo de hacer inconciliable la democracia con el mercado en
perjuicio del primero.
El
conservadurismo instalado en el poder los últimos 30 años, ha sacrificado los
principios por los que lucharon mexicanos de todas las épocas y en particular
los jóvenes del 68 que pagaron con sus vidas sus anhelos de construir un país
más independiente, democrático y justo. Sin embargo, eso no significa que su
legado y su sacrificio hayan sido en vano porque éste se ha mantenido vivo en
todas las luchas posteriores a ellos hasta la actualidad, siendo tal vez la
emergencia del movimiento #YoSoy132 su expresión más acabada. Hoy como ayer,
los estudiantes y los trabajadores de nuestro país, acompañados de los mejores
intelectuales, artistas, académicos y científicos del país, siguen pugnando por
un cambio verdadero sin amedrentarse por los obstáculos y sin perder la
esperanza de que un mundo mejor sea posible pese a los descalabros obtenidos y
las dificultades de los retos.
En
este tenor resulta estimulante recordar y retomar los pensamientos y testimonio
de los luchadores de esa época y la actual, mismos que revelan el espíritu
indomable del pueblo mexicano es su afán de defender su patria mediante la
defensa de los intereses populares, los cuales han sido afectados gradual y descaradamente
por los grupos conservadores dominantes que como en la colonia, la reforma y la
revolución, han estado en contra de los intereses populares aunque siempre han
terminado vencidos por la voluntad inquebrantable de nuestro pueblo y las
fuerzas progresistas.
Las
nuevas generaciones han mostrado un interés genuino por lo ocurrido el 2 de
octubre de 1968 donde no obstante la opacidad del gobierno de esa época y los
posteriores que nos impiden saber con certeza cuántos muertos realmente hubo y
quiénes fueron, y desde luego el encubrimiento de los asesinos, existen muchos
testimonios independientes de los actores, periodistas y personalidades de la
cultura que vivieron de cerca el movimiento quienes a través de libros,
documentales y otros medios, así como de investigaciones académicas posteriores,
nos han permitido reconstruir esos dolorosos pasajes de nuestra historia para
tener un conocimiento de la verdad histórica y extraer de ellos sus múltiples y
profundos significados.
El conocimiento crítico de nuestra historia
remota y reciente, particularmente del movimiento de 1968 que en esta ocasión
nos convoca a esta reflexión, me deja en lo personal un compromiso a continuar
la lucha más allá de un mero acto de remembranza que por otra parte es obligado,
pero limitarse a evocar esos trágicos
sucesos de la noche de Tlatelolco de 2 de octubre de 1968 sin sacar las
enseñanzas y compromisos derivados del mismo, sería incurrir en un ritual vacío
con la falsa percepción de mirar el pasado como si fuera un suceso superado por
el tiempo y no como una lección de vida y una cuenta pendiente por saldar.
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