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jueves, 3 de noviembre de 2011
Ricardo Luque - Halloween y Día de Muertos
Halloween y Día de muertos
César Ricardo Luque Santana
Bajo el influjo del comercio, el Halloween se ha ido imponiendo en México coexistiendo con nuestro tradicional Día de Muertos. El Halloween, una celebración de origen celta conocida como “día de las brujas” y que consiste en la disyuntiva de travesura o regalo (dinero o dulces), se ha extendido en nuestro país por la influencia que la cultura estadounidense, no sólo por nuestra cercanía geográfica sino principalmente por las películas. Esta influencia era muy marcada hace algunas décadas en los estados mexicanos de la frontera norte y ha encontrado en el resto del país un terreno fértil para asentarse y extenderse en virtud de la erosión de la identidad propiciada por el severo deterioro del tejido social, el sesgo mercantilista de la educación pública y la intensa publicidad directa e indirecta que con fines principalmente comerciales la fomenta. De este modo, los niños, los más susceptibles a estos influjos, asumen este acontecimiento como un pretexto para pedir dinero o dulces, y desde luego, para divertirse disfrazándose de monstruos, brujas, zombis, etc., para “asustar” a los demás.
Si bien es inútil tratar de impedir estas influencias, no estaría demás preferir nuestras tradiciones, pues por ejemplo, muchas escuelas públicas y privadas suelen propiciar más el Halloween que el Día de Muertos porque las autoridades educativas dejan a sus directivos tomar decisiones discrecionales al respecto. De este modo, quienes desde estos espacios tienden a favorecer el Halloween por sobre el Día de Muertos, actúan con frivolidad porque prefieren un ambiente carnavalesco ajeno a nuestros valores sin reparar en el significado trivial y eminentemente comercial del mismo. El Día de Muertos en cambio, tiene hondas raíces en nuestro pasado indígena, mismas que han permitido la convergencia con la cultura cristiana impuesta por los conquistadores españoles durante colonia, dando lugar a un sincretismo que lo hace único. En efecto, los altares de muertos, la gastronomía, los arreglos florales, la música, el modo de reverenciar a nuestros seres queridos ya fallecidos y toda una serie de singulares ritos que varían en distintas regiones del país, son sin duda más profundos y auténticos que una celebración como el Halloween cuyo fin principal es vender y distraer. En este sentido, no veo a ningún mexicano yendo a Estados Unidos con el fin expreso de “vivir” el Halloween, pero en cambio muchos extranjeros gustan de venir a México a admirar los festejos del Día de Muertos, particularmente los realizados por comunidades indígenas.
No creo que el Halloween y el Día de Muertos mexicano lleguen con el tiempo a generar un sincretismo como el anteriormente aludido donde las culturas del México prehispánico y de la España colonialista pudieron converger de la manera que lo hicieron, porque a diferencia de éstas que tenían en su haber una fuerte carga espiritual, el Halloween carece por completo de esa espiritualidad porque aunque tenga un origen auténtico, su contexto de origen nos es por completo ajeno, además de que los estadounidenses que son los que lo potencian y lo expanden a otras latitudes, lo transformaron en un suceso enteramente artificial al supeditarlo a un mero negocio. En el mejor de los casos se dará una hibridación o yuxtaposición como la que podemos atestiguar actualmente donde coexisten dos formas de celebrar a la muerte cualitativamente distintas pero posibilitadas por el nuevo contexto social de globalización donde lo viejo y lo nuevo (la moda) se encuentran al parecer sin conflicto. No veo entonces riesgo de que nuestra tradición sucumba a la larga, siempre y cuando hagamos lo suficiente por mantenerla viva, por preservarla.
Tal vez la aseveración manida pero cierta de que el mexicano se burla de la muerte, sea el puente que permite tolerar una influencia extranjera como el Halloween (que podría ser vista incluso como una subcultura), pues el mexicano acepta la fatalidad haciendo chistes, choteando, etc., quizás como una forma de escape ante las desgracias, pero sin caer en absoluto en la trivialización de la muerte que expresa el Halloween porque tal vez los estadounidenses no tengan el mismo apego que nosotros a nuestros muertos, pero sobre todo porque su perspectiva es enteramente pragmática. Desde luego que avasallamiento comercial de los Estados Unidos a nuestro país tiene un peso definitivo aunado a otros factores que permiten que este tipo de modas prosperen en nuestras tierras.
En resumen, es importante defender nuestra tradición de Día de Muertos fomentando nuestras costumbres al respecto evitando desde las instancias públicas alentar otra costumbres ajenas que además no necesitan ayuda extra, al menos que nuestros mandarines neoliberales en el poder se empecinen de plano en borrar cualquier forma de identidad del pueblo mexicano. Asimismo, es importante no minimizar la parte de crítica política que nuestra tradición de Día de Muertos nos permite hacer a través de las famosas “calaveritas”, que para quienes son ajenos a esta tradición les podremos explicar sencillamente que se trata de versos mordaces asociados a la muerte (a nuestra condición de mortales para ser más exactos) para criticar a las figuras públicas, en particular a los malos políticos a quienes se les remarca dicha condición como una forma de decirles que sus afanes de riqueza mediante la corrupción no les permitirán un goce eterno de su riqueza mal habida, pero sobre todo como una forma de repudio a sus trapacerías. Esta orientación hacia la crítica a los poderosos es un plus que proviene de las calaveras de don Guadalupe Posada, cuyos dibujos (como la famosa Catrina) y sus versos satíricos abrieron una vía alterna y novedosa para la crítica política descarnada parapetándose en una tradición original y esencialmente religiosa. En este sentido, nuestras costumbres de altares de muertos, “calaveritas” y disfraces, entre otras bellas expresiones autóctonas, no sólo son más ricas y significativas espiritualmente hablando que el Halloween, sino estéticamente más bellas, socialmente más pertinentes, políticamente más significativas y éticamente más valiosas, por lo cual su preservación para nuestra identidad resulta insoslayable.
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Felicito en primer término, a mi amigo, el siempre puntual y agudo observador filosófico, César Ricardo Luque Santana, quien de forma por demás indiscutible se ha ganado a pulso un espacio esencial en el escenario candente y constante del ejercicio reflexivo contemporáneo.
ResponderEliminarConcuerdo en efecto, con esa visión en su mayor parte objetiva de la influencia mercantilista que desde el extranjero ha permeado el conjunto de acciones y celebraciones del pueblo mexicano, que a falta de un criterio debidamente formado e informado ha terminado por sucumbir fácilmente a cualesquier estratagema de control cultural; pero al final de cuentas, que más se puede esperar, si para empezar, el nivel de racicionio de las mayorías no va más allá de los influjos de una poderosa raigambre dogmática heredada de generación en generación, alimentada a su vez, en la necedad a transitar por nuevos horizontes del saber, máxime cuando se trata de investigar precisamente el origen de todo lo que están haciendo día con día: costumbres, tradiciones y festejos; de hacerlo, se llevarían una honda sorpresa y verían que gran parte de su patrón comportamental se encuentra ataviadao de incongruencia política, cultural, ideológica y religiosa. No obstante, ya lo dijiste, una razón de peso que ha llevado a muchos a conservar el statu quo del intelecto, se basa en la casi nata proclividad a "navegar en la medianía que proporcionan las posturas acomodaticias", y se espera que algún día esto cambie por el bienestar general, por salud mental, emocional y sobre todo, espiritual.
Enhorabuena, estimado pensador y amigo Luque, bien por tu enriquecedora labor. ¡Adelante!