La necesidad de cambiar para cambiar
César Ricardo Luque Santana
Siempre en estas fechas se habla de la cuesta de enero en referencia a los aumentos en el pago de los impuestos, en las tarifas de los servicios públicos y privados, en los precios de las mercancías, etc., que suelen darse al inicio del año, seguramente confiados (las autoridades y los comerciantes) en que la población trabajadora tiene un remanente de su aguinaldo que le permite hacer frente a dichos gastos que pronto devoran el “guardadito” de los trabajadores. El caso es que se supone que los aumentos en esta época no se resienten tanto, pero realmente el aguinaldo de la mayoría de los trabajadores no sirve de mucho para el disfrute personal de las familias, sino que retorna casi de inmediato al gobierno y a los empresarios, de manera que el gozo de la gente sencilla se va al pozo en un abrir y cerrar de ojos.
El alza generalizada de precios con que comienza el año nuevo es como un balde agua fría que nos despierta a nuestra triste realidad, y para colmo, el “aumento” salarial se queda por debajo de la inflación, de manera que la capacidad adquisitiva del salario se reduce todavía más. No obstante esto, parece que al comenzar el año nuevo aún quedan residuos de la dicha efímera de la navidad, la cual se expresa en los buenos deseos que por costumbre nos dedicamos unos a otros, a sabiendas de que a la mayoría nos va a ir peor. Lo más ingenuos hasta creen en las tonterías de los astrólogos y los privilegiados se regodean con las inútiles “predicciones” de estos charlatanes.
El panorama para este año luce terrible para el pueblo mexicano, pues del gobierno federal no se puede esperar ningún cambio positivo toda vez que la actual administración sólo ha empeorado las condiciones económicas de los mexicanos. Las oposiciones partidistas por su parte, o bien han sido cómplices de ello (como el PRI) o se han mostrado incapaces (como el PRD y otros) de frenar un sistema económico, social y político que ha demostrado hasta la saciedad su fracaso y que hace oídos sordos a las voces más sensatas como la del señor Rector de la UNAM, el DR. Narro, quien ha manifestado abiertamente la necesidad imperiosa de detener y revertir las políticas económicas y sociales del neoliberalismo, necesidad que por desgracia no se va a resolver a través de la clase política, sino que requiere de una organización popular de izquierda que se abandone la dinámica perversa del reparto de cuotas de poder.
En este sentido, no es que se desprecie la democracia electoral sino que en la actualidad el pueblo no tiene opciones partidistas que sea una alternativa real de cambio, pues los partidos de izquierda tienen una debilidad evidente, la cual es producto de su oportunismo y pragmatismo que los ha llevado a alejarse de la gente perdiendo credibilidad, situándose en una condición minoritaria en los espacios de poder, lo que los reduce a una presencia testimonial y por ende a un papel legitimador voluntario o involuntario de las políticas neoliberales. La ambiciones personales y de camarilla de las burocracias dirigentes de los actuales partidos de izquierda, han desdibujado un proyecto de cambio alternativo al neoliberalismo depredador. En este sentido, no sólo es habitual constatar sus prácticas simuladoras, sino su confusión (o claudicación) ideológica y valemadrismo ante los problemas cotidianos que más dañan a los ciudadanos, como los constantes abusos de banqueros, tiendas de autoservicio, gasolineras, y demás, donde el ciudadano consumidor-contribuyente, se encuentra en una situación de franca indefensión y vulnerabilidad.
El movimiento social por su parte, se mantiene desarticulado entre sí y sus relaciones con las izquierdas partidistas no son lo suficientemente sólidos y constantes, además de que en general se insiste en formas de lucha poco eficaces, desgastadas y contraproducentes que suelen dar pie al escarnio propiciado por los grandes medios de comunicación como las televisoras comerciales, en vez de innovar y desarrollar otras formas de lucha más eficaces aunque sean menos aparatosas. En este sentido, existe en el seno de la mayoría de las organizaciones sociales y partidistas de izquierda una escasa cultura política democrática y de capacidad analítica de sus dirigentes, lo que inhibe la participación de mucha gente.
En este orden de ideas, la reforma política que propuso Calderón a finales de año pasado y que en posteriores entregas analizaré más detenidamente, están encaminadas a asegurar el proyecto neoliberal mediante una pseudo legitimación democrática, por lo que va a ser necesario tener capacidad de debate y de movilización para impedirla. Es imperioso en consecuencia abandonar las prácticas sectarias o sobre-ideologizadas por un lado, y de pragmatismo ramplón interesado sólo en cuotas de poder por el otro lado, para construir el referente electoral que el país necesita con urgencia. Asimismo, es importante rescatar las mejores prácticas democráticas de algunas organizaciones y movimientos populares dándole una dimensión ética al ejercicio de la política, que se supone debe ser el sello distintivo de las izquierdas. Hay que insistir en que no se trata de despreciar la cuestión electoral ni recaer en la falsa discusión de movimiento o partido, de lucha social o electoral, sino de entender que se necesita una correlación de fuerzas de izquierda en el poder y una base social amplia, organizada y participativa, que defienda un nuevo proyecto que sea la antitesis del neoliberalismo, pues el cambio anhelado sólo puede venir de una izquierda democrática, la cual no puede cambiar el país en términos de mayor justicia, equidad y de establecer la democracia como una forma de vida, si no cambia primero ella misma, desterrando sus prácticas y actitudes deleznables.
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