Escépticos y neoplatónicos
César Ricardo Luque Santana
Con este artículo continuamos y damos término al tema de la crisis social en el mundo antiguo y cómo las filosofías del período helenístico la enfrentaron. En el primer artículo hablamos de los cínicos y los epicúreos, en el segundo de los estoicos y concluimos ahora con los escépticos y los neoplatónicos. Asimismo, subrayamos que por crisis social venimos entendiendo una situación social relativamente caótica donde el tejido social se halla fuertemente erosionado por el predominio de un esquema social, económico y político injusto configurado a la conveniencia de los poderosos a expensas del pueblo, envileciendo las relaciones sociales al grado de que sólo los inescrupulosos obtienen beneficios.
Empezaremos por los escépticos que eran una corriente filosófica que negaban que se pudiera alcanzar la esencia de las cosas, esto es, la verdad. La palabra escepticismo viene del griego sképsis que significa examinar, indagar o investigar. El escepticismo consiste en poner en duda las posibilidades de certidumbre, pero no se trata como bien apunta el filósofo guatemalteco Moris Polanco (en su artículo Las funciones de la razón. El escepticismo antiguo y la filosofía como forma de vida, disponible en Internet) de una problemática de teoría del conocimiento sino de concebir la filosofía al servicio de la vida. Su crítica apunta contra los platónicos que hacían del conocimiento de la esencia de las cosas el fundamento de la vida feliz. En este sentido, si bien asumen que no podemos conocer las cosas o sólo podemos hacerlo de un modo probable, consideran que ello no es obstáculo para proponer una forma de vida razonable o tranquila. Es decir, el ideal de imperturbabilidad del alma (ataraxia) no descansa en la renuncia a encontrar la verdad sino en combatir la creencia de que sin ésta no es posible lograr dicha tranquilidad como pensaban los platónicos. Por ello, lo que los escépticos tratan de lograr es la tranquilidad del alma (ataraxia) mediante la suspensión del juicio (epojé).
Un cuestionamiento típico al escepticismo es su carácter autorrefutable, pues si afirman que no podemos conocer la verdad, su propia afirmación es contradictoria. Los escépticos más conocidos son Pirrón de Ellis, Carnéades y Sexto Empírico (todos ello de los siglos III y II a. C.)
Los sucesores de Platón, tanto los continuadores de la Academia como otros neoplatónicos, en general mantuvieron firme el papel del conocimiento para alcanzar la felicidad, razón por lo cual se separaban tanto del sabio tipo estoico o epicúreo como del predicador religioso, sin renunciar a considerar la filosofía como un modo de vida al igual que los primeros, ni a la salvación del alma como planteaban los segundos (aunque interpretada ésta de manera diferente a la fe religiosa)
Se reconoce que en una de sus etapas, la Academia de Platón (que subsistió ochos siglos) pasó por una fase de escepticismo, pero este escepticismo era diferente al que acabamos de comentar y está enderezado contra el estoicismo y el epicureísmo que eran filosofía de corte materialistas. Los platónicos pensaban que era mejor no creer en nada (racionalmente hablando) que en decantarse por posturas materialista, al menos así lo interpretó san Agustín de Hipona (s. IV d. C.) para quien la verdad se refiere a la verdad revelada la cual reside en el interior de las personas.
La característica común de los platónicos es que su propuesta para situarse en el mundo consiste en una huída del mismo mediante un conocimiento que lleve a la contemplación, lo que implicaba mantener una actitud intelectual o teórica. El racionalismo platónico era de tipo trascendente porque consistía en negar lo visible por los sentidos, pero no significaba que negaran la existencia de la realidad material sino que la despreciaban y la consideraban inferior a la realidad del mundo de las ideas, la cual era perfecta. La vida feliz era entonces la vida teórica desde un punto de vista idealista y metafísico.
Al contrario de los escépticos, la felicidad depende de descubrir la esencia de las cosas pues sólo en ellas reside la verdad, la cual para ser tal, debe permanecer siempre idéntica a sí misma, es decir, sin cambios.
Para Plotino (s. III d. C.), un brillante neoplatónico, el hombre vive en la medianía entre Dios y las bestias, siendo el alma la característica esencial del ser humano. Pero de los hombres, sólo los que se entregan a la contemplación son los únicos capaces de acercarse a Dios. A estos los consideraba divinos.
Lo común a todas las posiciones filosóficas que hemos revisado en estos tres artículos es por un lado su desapego de los bienes materiales como el poder, la riqueza económica y los placeres ordinarios; y por el otro lado, su actitud es espiritual aunque asumida en forma distinta, ya sea reactiva o contestataria como los cínicos, de repliegue interior como los estoicos, de vida comunal desligada de la sociedad como los epicúreos, de negación de toda certidumbre como los escépticos o de evasión metafísica como los platónicos. En todos los casos parece que la salvación del alma se entiende como una purificación de aquellos aspectos de la vida que envilecen a los hombres degradándolos. La preocupación por la ética y por una vida conforme a los valores -no de boca sino asumidos realmente como guías de conducta- es una característica típica de este período helenístico marcado por la crisis social donde prevalece la autoridad del más fuerte (el mal), y no de la razón, ni de la deliberación y elección democrática de la cosa pública.
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