Las condiciones generales del filosofar
César Ricardo Luque Santana
“Una vida que no se examina a sí misma no vale la pena vivirla”
Sócrates
Dedico esta reflexión a los estudiantes de recién ingreso a la carrera de filosofía de nuestra Alma Mater, algunos de ellos adultos mayores que seguramente anhelaron estudiar filosofía de manera más formal y que ahora por circunstancias particulares tienen la oportunidad de hacerlo. Abordaré este tema desde la perspectiva de la edad y de las condiciones psíquicas de los individuos, pero antes, se partirá de que el filosofar es hasta cierto punto natural en el sentido de que todos poseemos una determinada concepción del mundo y de la vida. Ciertamente el filosofar espontáneo tiene la desventaja como observó Antonio Gramsci de que éste se instala en el pensamiento ocasional, el cual suele ser fragmentario y contradictorio, a diferencia del pensamiento filosófico aprendido, que es más sistemático y congruente. Por otra parte, el filósofo norteamericano Gareth B. Matthews en su obra El niño y la filosofía (FCE), demostró que el filosofar es un suceso hasta cierto punto natural y que está presente en las mentes de los niños a través de sus preguntas, de su curiosidad innata.
Entrando en materia cabe preguntar: ¿se puede decir que hay una edad propicia para filosofar? según Epicuro, cualquier edad es buena para ello, y dice textualmente al respecto lo siguiente en la Carta a Meneceo: "Ni el joven dilate el filosofar, ni el viejo de filosofar se fastidie; pues a nadie es intempestivo ni por muy joven ni por muy anciano el solicitar la salud del ánimo. Y quien dice, quien no ha llegado el tiempo de filosofar o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad, o que ya se ha pasado. Así, que deben de filosofar viejos y jóvenes: aquéllos para florecer en el bien a beneficio de los nacidos; éstos para ser juntamente jóvenes y ancianos, careciendo del miedo a las cosas futuras." En otras palabras, si filosofar es pensar y el pensar libera, sólo quien renuncie a pensar y a ser libre podrá creer que no tiene edad para ello.
José Ortega y Gasset por su parte, afirma sin embargo que la edad de los treinta años es la más propicia para filosofar ya que en esa etapa "nuestro espíritu se recoge sobre sí mismo y con la frialdad de un contable se pone a hacer el balance de la vida". Más adelante agrega lo siguiente: "Es inevitable, hacia los treinta años, en medio de los fuegos juveniles que perduran, aparece la primera línea de nieve y congelación sobre la cima de nuestra alma. Llegan a nuestra experiencia las primeras noticias directas del frío moral. Un frío que no viene de afuera, sino que nace de lo más íntimo y desde allí envía al resto del espíritu un efecto extraño que más que nada se parece a la impresión producida por una mirada quieta y fija sobre nosotros". Concluye Ortega y Gasset que a esa edad, se dejan de lado los excesos juveniles de idealizar ingenuamente al mundo y "empezamos a querer ser nosotros mismos, a veces con plena conciencia de nuestros radicales defectos. Queremos ser, ante todo, la verdad de lo que somos y muy especialmente nos resolvemos a poner bien en claro qué es lo que sentimos del mundo".
Obviamente en este caso, Ortega y Gasset habla del filosofar espontáneo y por ello se refiere a una actitud de madurez de las personas que en un determinado momento de su vida, hacen un alto en el camino y examina lo que han sido y lo proyectan ser, como un acto de introspección, tratando de aplicar el conócete a ti mismo socrático.
Ahora bien, en cuanto las condiciones psíquicas que se requieren para filosofar, habría que darle la palabra al psicólogo Jean Piaget. Según él, la inteligencia independientemente del nivel en que se encuentre, procura comprender o explicarse las cosas formulando una serie de interrogantes. En el caso de los adolescentes, se ha comprobado que éstos muestran interés "por los problemas inactuales, sin relación con las realidades vividas día a día, o que anticipan, con una ingenuidad que desarma, situaciones futuras del mundo y a menudo quiméricas. Lo que sorprende más que nada es su facilidad para elaborar teorías abstractas. Hay algunos que escriben: que crean una filosofía, una política, una estética o lo que se quiera. Otros no escriben pero hablan. La mayoría incluso no hablan mucho de sus producciones y se limitan a rumiarlas de modo íntimo y secreto. Pero todos tienen sistemas y teorías que trasforman al mundo de una forma u otra".
Piaget afirma que los adolescentes, desde los doce años de edad, comienzan a orientar su pensamiento hacia una "reflexión libre y desligada de lo real". En otras palabras, los adolescentes superan el nivel de pensamiento pre lógico caracterizado por moverse en el plano de lo concreto o lo que es lo mismo, en referencia "a los objetos tangibles que pueden ser manipulados y sometidos a experiencias efectivas", hacia el nivel hipotético deductivo que es el plano del pensamiento formal.
Ciertamente, esta nueva etapa de la vida mental está marcada por un egocentrismo intelectual típico de la adolescencia el cual "se manifiesta a través de la creencia en la reflexión todopoderosa, como si el mundo tuviera que someterse a los sistemas y no los sistemas a la realidad. Es la edad metafísica por excelencia...". Añade Piaget que dicho egocentrismo se corrige posteriormente al lograrse un equilibrio que adecua el pensamiento a la realidad tal cual esta es. Ello significa que se adquiere conciencia de que el papel del pensamiento consiste en anticiparse idealmente a los objetos sobre los que reflexiona. Ahora bien, las proyecciones que realizan los adolescentes (caracterizadas por su egocentrismo y megalomanía), tienen como resorte a la emotividad o afectividad que refleja sus sentimientos generosos y altruistas.
Sin embargo, la afectividad que impulsó al adolescente a establecer ideales generosos, "...no es nada sin la inteligencia que le procuran los medios y les ilumina los objetivos". Piaget concluye: "...la tendencia más profunda de toda la actividad humana es la marcha hacia el equilibrio, y la razón, que expresa las formas superiores de dicho equilibrio, reúne en ella inteligencia y afectividad".
Un poco a contrapelo en cierto modo de la teoría piagetena, el programa de Filosofía para Niños creado por Matthew Lipman, ha demostrado que incluso los niños de una etapa previa al pensamiento hipotético-deductivo pueden filosofar en el sentido de que pueden aprender a dialogar, a justificar sus pensamientos, a escuchar otras razones y valorarlas, a decodificar mensajes en las historias y acontecimientos, a aprender tempranamente a construir conocimientos y también pautas de conducta de índole democrática esenciales para el intercambio de ideas. Por cierto, habría que escarbar en la teoría de Lev Vigostski los fundamentos teóricos y metodológicos de este sistema para aprender a pensar de Lipman.
Notas: las citas de José Ortega y Gasset están en su obra El espectador, Editorial Salvat, mientras que las de Jean Piaget están en Seis estudios de psicología. En Psicología y pedagogía también hace referencias respecto a la enseñanza de la filosofía en un apartado especial.
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