La propuesta del abstencionismo pasivo
César Ricardo Luque Santana
En la entrega anterior analicé la propuesta del voto útil contra el PAN. Ahora toca turno a la que justifica y/o promueve el abstencionismo pasivo y luego haré lo propio con la postura del abstencionismo activo. Estas tres posturas o propuestas deben verse como una unidad dialéctica.
En primer lugar, comentaré el texto del investigador poblano César Cansino en su artículo “El voto de castigo” (El Universal 17-04-09) quien realmente no promueve una posición abstencionista, sino que intenta de comprender este fenómeno sin condenarlo, aunque sin exaltarlo tampoco. Es decir, trata de ser un tanto neutral y atajar los prejuicios que condenan gratuita o maliciosamente el abstencionismo, ponderándolo en su justa dimensión.
Se puede decir que su hipótesis es que la clase política motiva o desmotiva a los electores a participar, en otras palabras, que la actitud abstencionista estaría lejos de ser una irresponsabilidad de los electores (en términos generales), sino que por el contrario, podría leerse como un síntoma de madurez política. En este sentido, interpreta que los ciudadanos estarían decepcionados de los políticos y no tanto de la política o de la democracia. Cansino señala incluso, que si los ciudadanos perciben que la democracia no resuelve nada, no significa necesariamente que todos ellos tengan desconfianza en la legalidad de las elecciones. En otras palabras, puede haber electores que al margen de la confianza que les inspire un proceso electoral en sí mismo, consideran que la democracia no garantiza nada y por tanto creen que no tiene caso molestarse por ir a votar. Cansino insiste en que realmente la decepción recae en los políticos y no en la democracia en sí misma, pues los ciudadanos entienden que la democracia debe servir para mejorar las cosas. Por eso afirma que el electorado se interesa por participar cuando considera que hay una esperanza de cambio si ganan determinados candidatos, pero que se alejan de las urnas cuando perciben que nadie garantiza cambios positivos. Así entonces, la crisis de representatividad significa que el ciudadano percibe que su voto es un cheque en blanco, lo cual inhibe por lo tanto su participación. He de añadir, que el neoliberalismo ha pretendido reducir la democracia a las elecciones, y éstas, a meras reglas formales disociadas de una obligación del Estado de garantizar el bienestar de la mayoría de la población, es decir, de un compromiso por la justicia social, de ahí que bajo este contexto de capitalismo rapaz, coexistan la democracia electoral procedimental con la pobreza económica y social de la mayoría de los ciudadanos.
Cansino señala que las causas del abstencionismo pueden deberse a muchas situaciones, pero que no se puede determinar de manera infalible el comportamiento de los votantes, No obstante ello, reconoce que para estas próximas elecciones se espera un alto índice de abstencionismo de arriba del 60%, de acuerdo a las proyecciones estadísticas que se han venido realizando.
Por otra parte, me parece correcto interpretar la actitud abstencionista como una crisis de credibilidad al sistema político, y no como apatía o negligencia como sostienen algunos con ligereza, o como “saturación” o “fatiga” como pretenden matizar otros menos descarados, cuidando por un lado de no descalificar el comportamiento abstencionista como una irresponsabilidad a los electores; pero por el otro lado, tratando de eximir sutilmente a la clase política de su parte de responsabilidad. Asimismo está en lo correcto, al decir que cuando existe una percepción negativa de los ciudadanos respecto de sus políticos y del sistema, es una ilusión creer que la mercadotecnia los hará cambiar de opinión. En este sentido, la abstención (que al parecer la limita a la de tipo pasivo con lo cual subsume el abstencionismo activo en ella) no es una actitud complaciente, sino que es válida cuando concientemente se decide hacerle el vacío al sistema como una forma de rechazo a todos sus fallos. De esta manera, queda claro para la mayoría de los ciudadanos, que la democracia electoral no es o no debe ser una mera formalidad de procedimientos, sino que es o debe ser un instrumento para elegir a las personas que habrán de servirnos y representarnos en nuestros intereses como pueblo.
Sin embargo, discrepo de él, de que el abstencionismo pasivo pueda conmover a la clase política para obligarla a rectificar su comportamiento mediante una autocrítica, pues los altos índices de abstencionismo han sido constantes sin que haya causado a la clase política la más mínima preocupación o rubor.
Hay otros dos autores –Jorge Camil y Rubén Martín- que coinciden en declararse a favor del abstencionismo pasivo y promueven no acudir a la urnas. El primero (“¿Usted piensa votar”? en La Jornada 17-04-09) argumenta que para qué hacerles el caldo gordo a quienes tienen secuestrados los comicios como Elba Esther Gordillo, que cómo votar ante el descrédito de las instituciones (en este caso la cámara de diputados), o ante el predominio de candidatos patéticos e ineptos y ante las alianzas políticas desvergonzadas que vemos por todos lados. La realidad es que siempre –dice Camil- hemos votado por razones equivocadas, incluyendo el “voto útil” y el “voto de castigo”, de manera que votar realmente ha significado y significa avalar a las mafias que controlan los partidos para que sigan medrando impunemente del presupuesto público.
Rubén Martín (“El abstencionismo, la mejor elección” en Milenio Guadalajara 16-04-09) es todavía más cáustico, al grado según su opinión, de que la crisis de legitimidad y los repudios del abstencionismo pasivo o activo, le tienen sin cuidado a la clase política que está instalada en el cinismo, tal como se ha podido comprobar en muchas elecciones donde el abstencionismo es abrumador. En este sentido, el esfuerzo creciente que él detecta de muchas personas a favor del abstencionismo activo es -en esta tesitura- una pérdida de tiempo. Crítica a los promotores del voto nulo razonado su afirmación de que su estrategia se evapora ante los millones de apáticos que no van a las urnas. En lo personal, me parece que esta aseveración de Rubén Martín un tanto errónea, pues por un lado, no creo que todos los partidarios del abstencionismo activo tengamos esa lectura tan simplista de los abstencionistas pasivos como meros irresponsables (de lo cual he argumentado lo suficiente), aunque por otro lado -en efecto- el alto porcentaje del abstencionismo pasivo, sí diluye al voto nulo razonado al grado de volverlo insignificante. A despecho de lo que piensa este autor, creo que un incremento de una tercera parte o la mitad del voto nulo razonado con respecto al abstencionismo tradicional, si tendría un impacto más fuerte, no tanto porque crea ingenuamente que a partir de ello la clase política se va a autocorregir –ya que son irredentos- pero abre la posibilidad de una organización ciudadana y una forma de lucha más novedosa y efectiva, no sólo para forzar a crear otra organización institucional de la democracia electoral, sino para socavar al neoliberalismo que debe ser nuestro objetivo principal. Esto implicaría desde luego ir más allá del abstencionismo activo, pues la condición ciudadana no se expresa sólo en tiempos electorales.
Finalmente, Rubén Martín, al igual que otros partidarios del abstencionismo pasivo, considera que los abstencionistas activos legitiman de un modo u otro al sistema con su participación, señalamiento que tampoco comparto y que habremos de abordar más ampliamente en la siguiente entrega.
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