El socialismo democrático
César Ricardo Luque Santana
La semana anterior escribí acerca de la necesidad de voltear al socialismo del cual dije que no sólo está vigente sino que es además necesario y urgente como alternativa al capitalismo neoliberal. Aclaré que al socialismo que me refiero implica practicar una democracia participativa auténtica, que el llamado socialismo realmente existente, principalmente el que se dio en los países de Europa del Este hasta antes de la caída del muro de Berlín, no fue propiamente tal porque los medios de producción no se socializaron sino se estatizaron, además de que significó un retroceso en el campo de las libertades civiles. Creo además de que el deslinde de las personas, partidos y organizaciones de izquierda del mundo de los regímenes sangrientos que se ostentaron como socialistas, no ha sido en general el adecuado porque mientras unos actuaron vergonzantemente renegando de sus convicciones, otros que se ostentan como sus partidarios se niegan a una autocrítica con ese pasado ominoso de crímenes y latrocinios, pero ninguno -con excepción tal vez de los zapatistas- ha hecho por recuperar la causa socialista (comunitarista) de la única manera posible: construyendo una organización de masas con una auténtica vida democrática, con estructuras horizontales donde se materialice el mandar obedeciendo, es decir, donde las dirigencias políticas no se conviertan en una burocracia distanciada de sus bases que reproduce los esquemas de dominación burgueses contrarios al ideal de emancipación humana.
En las primeras décadas del siglo XX, hubo algunos filósofos marxistas como Karl Korsch, Georg Luckás, Antonio Gramsci y desde luego la Escuela de Franckfort que trataron de reencauzar el marxismo de su vertiente positivista y conservadora (que fue la que finalmente predominó para mal), hacia una postura dialéctica y revolucionaria. La primera representaba al marxismo ortodoxo vinculado y alineado al Estado soviético; la segunda representó a los socialistas democráticos. Ahora bien, es importante decir que en gran medida, este marxismo ortodoxo se explica no sólo por la centralización del poder del naciente Estado soviético y el posterior autoritarismo de Stalin, sino que este autoritarismo surgió como consecuencia del debate sobre el socialismo en un solo país, tesis que defendía Lenin y sus seguidores, contrario a las posturas de quienes planteaban una revolución a escala mundial basados en la teoría de Marx , sosteniendo de que así como el capitalismo es universal, el socialismo debería de serlo también, oportunidad que finalmente se presentó luego de la Segunda Guerra Mundial y que fue desaprovechada.
De entre los teóricos del marxismo revolucionario (por diferenciarlo del marxismo ortodoxo ligado al Estado Soviético y del reformista de los socialdemócratas), destaca la figura del italiano Antonio Gramsci quien pasara gran parte de su vida en las mazamorras de “El Duce” Benito Mussolini, donde por cierto elaboró su teoría política condensada en los llamados “Cuadernos de la Cárcel” (4 volúmenes en Editorial Era). Gramsci fue llamado “el teórico de las superestructuras” porque en vez de poner el acento en las condiciones materiales o la cuestión económica, la puso en el plano de la conciencia o la subjetividad, estableciendo por decirlo en términos más actuales, que el pueblo no debe figurar como objeto de las buenas intenciones de los revolucionarios, sino como sujeto del mismo, de tal suerte que la relación entre dirigentes y masas no es entre sujetos y objetos sino entre sujetos y sujetos.
Gramsci planteó conceptos y categorías fundamentales para analizar la política como el de “hegemonía” mediante el cual la mayoría de la población expresa el apoyo a una causa, un régimen o un sistema, es decir, otorga su apoyo moral y político por medio del convencimiento, de manera que nadie puede lograr un apoyo político duradero y auténtico sólo con base en la fuerza. Señaló asimismo la necesidad de que las organizaciones revolucionarias o de izquierda actuaran con ética para que mediante su ejemplo prefiguraran la sociedad socialista que aspiraban para todos, lo que implica desmarcarse del autoritarismo y del burocratismo. En otras palabras, Gramsci entendió perfectamente que los valores y las convicciones se demuestran en los hechos y que si queremos provocar un cambio revolucionario debemos empezar por cambiar nosotros mismos, pues de otro modo no se logra autoridad moral para convencer a los demás.
En este tenor, creo que una revaloración del marxismo crítico y del socialismo democrático pasa por rechazar las atrocidades del socialismo realmente existente y del marxismo doctrinario o dogmático, para abrevar de nuevo en Gramsci, Luckás, Korsch, Adorno, Habermas, Adolfo Sánchez Vázquez, Bolívar Echevarría y otros pensadores críticos que pese a sus diferencias, se distinguen por mantener una auténtica vocación democrática. Desde luego que este reestudio no basta, hay que repensar las condiciones para un proyecto socialista de manera innovadora reconociendo una serie de criterios que son ineludibles, a saber: respetar la pluralidad política, las elecciones democráticas como el único medio valido de legitimación del poder e incluso el reconocimiento de la propiedad privada, pero acotada. Es decir, hay que atreverse a pensar originalmente porque vivimos una nueva realidad que no calza seguramente con algunos postulados clásicos. Creo que “el socialismo del siglo XXI” que se promueve en Venezuela y otros países de Sudamérica desde el poder mismo, debe ser observado con atención y desde luego discutido. La búsqueda de alternativas pacíficas y democráticas es insoslayable ahora que el capitalismo está en franca decadencia moral donde la delincuencia organizada amenaza con constituirse en una nueva clase política, que por medio de terror y la impunidad, terminará sometiendo a las instituciones convirtiéndonos a todos en rehenes de sus tropelías, amén de la cada vez mayor pobreza.
La consigna “socialismo o barbarie” retumba de nuevo, pero no se trata ahora de reemplazar el Estado neoliberal por uno populista ni menos aún estatista; no se trata de volver tampoco al Estado de Bienestar (paternalista) sino a un Estado de Solidaridad (justo y democrático).
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