domingo, 1 de febrero de 2009

El ocaso del Estado neoliberal

El ocaso del Estado neoliberal

César Ricardo Luque Santana

“Lo que los cínicos no llegan a comprender es que el suelo se ha abierto bajo sus pies, que los viejos argumentos que tanto tiempo se nos impuso ya no tienen validez.” Barack Obama

La crisis capitalista mundial como una crisis del modelo económico neoliberal, significa que dicho modelo es prácticamente insostenible como se han venido dado cuenta pueblos y mandatarios de diversos lugares del mundo, excepto los fundamentalistas del libre mercado y el conservadurismo, entre ellos los panistas que son más papistas que el Papa.

Los pueblos de Sudamérica que electoralmente han venido votando por opciones de izquierda como los casos de Chile, Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay y recientemente Paraguay (además de Nicaragua en Centroamérica), han optado con ello por repudiar al neoliberalismo y por retornar al Estado benefactor, o en su defecto, por pulir las aristas más filosas de la economía de mercado. Incluso en los casos más radicalizados como Venezuela, Ecuador, Bolivia, y Argentina, se está tratando de construir por la vía pacífica y legal proyectos alternativos al capitalismo; mientras que los gobiernos de izquierda más moderados como Chile y Brasil, al parecer tratan de conciliar con relativo éxito la economía de mercado con la justicia social.

Desde otra perspectiva no de izquierda ni mucho menos socialista, sino enclavada en la tradición política liberal, viene siendo alentador que el flamante presidente de los Estados Unidos Barack Obama empiece a bosquejar un discurso crítico hacia el neoliberalismo económico como lo manifestó en su mensaje de toma de posesión donde reconoció abiertamente que viene siendo un error político y económico muy grave que la economía de mercado opere con impunidad, es decir, sin regularización, pues es obvio y así lo dejó entrever, de que la crisis financiera mundial ha sido ocasionada por la rapacidad de los grandes capitalistas.

Textualmente en su discurso de asunción como presidente de los Estados Unidos, Obama dijo que: “…esta crisis nos ha recordado que, sin una atenta vigilancia, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede ser próspera cuando sólo favorece a los más ricos.” En ese mismo mensaje dijo también que: “nuestra economía está gravemente afectada, como consecuencia de la avaricia e irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo en tomar las decisiones difíciles…” Recientemente continuó en esa línea de pensamiento al criticar a los grupos empresariales que se han beneficiado desmedidamente en las últimas décadas y mencionó la irresponsabilidad de éstos por su empecinamiento en seguir medrando en medio de la pobreza generalizada, del desempleo galopante, del sufrimiento de millones de personas. Dijo que era el colmo que el Citygroup pidiera un rescate financiero que se haría desde luego con dinero público, y tuvieran el cinismo de querer comprar al mismo tiempo un jet para sus ejecutivos, compra que detuvieron ante la severa crítica del presidente estadounidense. Agregó que mientras la sociedad trata de tapar el hoyo que ellos hicieron, tienen el descaro de seguir cavando.

Así, mientras Obama parece dispuesto a frenar la voracidad de los capitalistas pillos, en nuestro país el gobernador del Banco de México -el salinista Guillermo Ortiz- les ruega a los banqueros que por favor no suban las tazas de interés. Es decir, el Estado mexicano aparece como secuestrado por los grandes capitalistas mexicanos y extranjeros que controlan la economía de nuestra nación. Este y otros ejemplos como la tímida legislación de los diputados federales para impedir que los banqueros estén enviando tarjetas de crédito no solicitadas a sus clientes (entre otros abusos similares de los banqueros y otros empresarios) ponen de manifiesto que el adelgazamiento del Estado de la predica neoliberal, terminó por desaparecerlo o por transformarlo en Estado gerencial.

Pero el dichoso Estado neoliberal que se jacta de no intervenir en la economía para dejar que la “mano invisible” regule en automático al mercado, no tiene empacho en tomar medidas lesivas contra la economía de la mayoría de los ciudadanos provocándoles un mayor empobrecimiento. Recordemos las feroces campañas para gravar con IVA los alimentos y las medicinas y su dizque reforma fiscal “estructural” que consiste simple y llanamente en tratar de eximir a los empresarios de pagar impuestos para pasarles la factura a los consumidores. Esto no sólo con la complacencia del supuesto Estado, sino con la alcahuetería de intelectuales y comunicadores que le venden (así se dice en la jerga mercantilista) el embuste a los mexicanos de que van a mejorar empeorando. Sí, lo leyó usted bien, porque dicen que si los trabajadores exigen mejores salarios, entonces ponen en riesgo su empleo y provocan inflación. Este es un ejemplo grotesco de los muchos que constantemente lanzan envueltos en una fraseología tecnicista y que sólo creen los aturdidos. ¿Cómo creer que si tengo un mejor ingreso económico voy a empeorar?, ¿cómo creer que los precios suben por culpa de los consumidores y no de los productores y comerciantes quienes son los que deciden las alzas de los precios de las mercancías? Evidentemente las “leyes” económicas no surgen espontáneamente ni responden a un proceso mecánico y por tanto inevitable o eterno, sino que dependen de ciertas voluntades humanas (aunque deshumanizadas), es decir, de quienes detentan el poder económico y político y no se sacian de enriquecerse desmedidamente, ni se conmueven de la miseria, dolor y desolación que provocan a miles de millones de personas en el mundo.

El mito de la “mano invisible” es como tal a todas luces irracional porque responde al pensamiento mágico y en modo alguno puede ser asumido como concepto y menos como un hecho o realidad. La economía es una construcción cultural, artificial, y si bien su instauración y funcionamiento cotidiano se impone u opera con implacable necesidad, no constituye un proceso ciego como los procesos naturales, por más que genere esa ilusión dado su irracionalismo el cual está fundado en la codicia de las minorías poderosas, razón por la cual no es algo natural. En consecuencia, las leyes del mercado o del capital no las mueve ninguna mano invisible, sino elites de poder económico y político que determinan a su conveniencia la economía provocando deliberadamente una cada vez más injusta distribución de la riqueza. La esencia del neoliberalismo consiste por ello en socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

Sin embargo, el Estado sólo se justifica o sólo existe si defiende a la sociedad, es decir, si defiende el interés de las mayorías. El Estado surge ciertamente para legalizar la propiedad privada y la desigualdad social, pero su carácter de clase no es a rajatabla, sino que en cierto modo se asume como un arbitro entre los particulares para evitar que los conflictos entre éstos pongan en riesgo la cohesión social. Del mismo modo, tampoco es un mero árbitro neutral o imparcial como pretendía el liberalismo romanticista del siglo XVIII.

Antonio Gramsci decía que el Estado se integra por la violencia legal y el consenso, que al contrario de cómo sostenía el marxismo vulgar que veía al Estado como un mero reflejo mecánico de la estructura económica y exageraba el aspecto clasista, Gramsci sostenía que ningún Estado podría sostenerse sólo mediante la violencia (o sea, sirviendo sólo a un grupo social en detrimento de los demás) sino que necesitaba del consenso o asentimiento de la mayoría de la población.

Pero hasta ahora la derecha conservadora y neoliberal priísta y panista ha estado descaradamente al servicio de los poderosos, dejándolos hacer lo que les plazca, provocando el deterioro del tejido social, criminalizando la protesta política para contenerla y transformando el consenso en sentido gramsciano en vil mercadotecnia.

Tenemos en consecuencia que el Estado neoliberal es brutalmente clasista pero encubre su faceta represiva con base en la manipulación a través de los medios masivos de comunicación y otras formas de control como los programas sociales asistencialistas y clientelares. En otras palabras, el pretendido consenso está basado en la manipulación de la conciencia ciudadana por múltiples fuentes que le fomentan la mansedumbre, le dan entretenimiento para que se distraiga y le hacen creer que las medidas del gobierno son por el bien de la sociedad aunque los hechos digan lo contrario. El caso es que el engaño les funciona bien al grado de que las víctimas del capitalismo siguen votando por sus victimarios o se mantienen al margen de la participación como idiotas, dicho sea sin ánimo de ofender, pues los idiotas entre los griegos eran los que se abstenían de participar prefiriendo las frivolidades a la participación política. De este modo, por ignorancia, omisión y complicidad se mantiene en México la política económica neoliberal, aunque también en virtud del fraude electoral del 2006.