jueves, 24 de noviembre de 2011

Ricardo Luque - La utopía de la democracia


La utopía de la democracia

César Ricardo Luque Santana

Felicidades a los propietarios y colaboradores de la revista “El Vocero del Norte” por su 49 aniversario.

El siguiente escrito se deriva de una serie de lecturas de mi curso de Filosofía Política, particularmente del excelente texto de Alfonso Madrid Espinoza titulado “La utopía de la democracia”, Editorial Fontamara, con cuya lectura estamos cerrando el semestre.

Aristóteles presenta una clasificación acerca de los regímenes o formas de gobierno que aspiran actuar a favor del bien común. De cada una de ellas dice su definición y su distorsión correspondiente: La monarquía que es el gobierno de una sola persona deriva en tiranía porque todo está sujeto a la voluntad y capricho de ella cuyo monopolio de poder lo lleva a los excesos, al abuso, la corrupción. La aristocracia que se supone deben ser una minoría selecta por sus virtudes intelectuales y morales se deforma en oligarquía porque no son los mejores espiritualmente hablando, sino los más ricos, los cuales incurren inevitablemente en conflicto de intereses. Y por último, menciona que la democracia concebida como el gobierno del pueblo degenera en demagogia, de manera que el interés de la mayoría tampoco es representado adecuadamente por ella porque según Aristóteles, la mayoría del pueblo es pobre e ignorante, y dadas esas limitaciones, no se les puede conceder que gobiernen sólo por tener mayoría. Asimismo estas condiciones propician un terreno fértil para los demagogos que terminan montándose en el gobierno a nombre del pueblo. Aristóteles usa el concepto de régimen democrático como sinónimo de oclocracia, que significa el gobierno de la muchedumbre, la chusma, la plebe, con claro sentido despectivo. Esta noción llevó a la derecha a concebir también a la democracia como tiranía de la mayoría cuando ésta se radicaliza en aras de beneficiar a las clases populares afectando por ende los intereses de los ricos.

En las sociedades dividas en clases sociales existen intereses opuestos, mas no obstante esta base de desigualdad social, se pretende un gobierno que satisfaga a todos. En la modernidad, esto es, en el capitalismo, se parte del supuesto de que el hombre es libre por naturaleza mientras que la sociedad es artificial, esto es, una construcción cultural. La igualdad reconocida por las leyes no corresponde a la desigualdad en el plano económico. Las libertades que las leyes establecen para todos son formales. Esto significa que en la práctica, la igualdad y las libertades jurídicas quedan superadas por el poder económico de una minoría la cual hace prevalecer sus intereses contra la mayoría. El uso alternado de la fuerza y la persuasión permiten que ello ocurra, principalmente lo segundo a través de los medios de comunicación cuya función es persuadir mediante el engaño y la enajenación a la población haciéndole creer que los intereses de unos cuantos son benéficos para todos. Los mecanismos para implementar este eficaz dominio ideológico son cada vez más refinados.

En la actualidad, la perspectiva neoliberal reduce la democracia a un conjunto de reglas de elección de los representantes populares mencionando a la incertidumbre electoral como un indicador positivo de la misma, de manera que gane quien gane, su misión es administrar los conflictos sociales en el marco de unos límites civilizados. Da por sentado asimismo de que la economía de mercado no debe ser alterada, con lo cual, la reducción de ésta a meras reglas de “competencia” (“la democracia sin adjetivos” de Enrique Krauze), es sometida a otra reducción, la económica, de tal forma que el sistema capitalista no puede ser alterado por la vía electoral y en su etapa actual como neoliberalismo, ni siquiera controlado o regulado. La democracia así concebida es entonces su propia negación, porque se torna en un totalitarismo como afirmara categóricamente Marcuse en “El hombre unidimensional”, escrito de 1967, donde él veía con meridiana claridad que la sociedad estadounidense, supuestamente la más democrática del orbe, confundía el confort con la libertad y a la democracia con el acto de emitir un voto sin reparar en las condiciones sociales que permiten a una minoría poderosa a través de los medios de comunicación, manipular a la población para inducir la voluntad popular en un determinado sentido, que en este caso de bipartidismo de derechas, no permite ninguna política y economía alternativa al capitalismo. En la antigüedad, la distorsión de la democracia en la demagogia se daba por medio de la retórica, mientras que ahora se da principalmente a través de los medios de comunicación electrónicos

La contradicción entre el sistema económico y el régimen político en la democracia capitalista es evidente porque la economía mantiene secuestrada a la política, lo que impide que haya un régimen que pueda garantizar un bienestar común y paz social, como era la aspiración iusnaturalista del liberalismo político temprano en la Europa de los siglos XVII y subsecuentes. La idea que somos libres por naturaleza como decía Locke y otros ilustrados liberales de esas épocas, y de que la sociedad, que no es un dato natural ni divino, sino una construcción artificial que debía ser realizada conforme a la razón poniendo al hombre como centro de la misma, encontraría en la democracia como expresión de la soberanía popular su mejor forma de gobierno, sólo que los liberales ilustrados de ese tiempo no sospechaban sobre el carácter irracional del capitalismo, porque si bien no desconocían sus efectos nocivos, a lo mejor pensaban como Hegel, que la razón terminaría imponiéndose, como si las calabazas se fueran acomodando solas en el trayecto. La “mano invisible” que supuestamente auto-regularía el mercado de Adam Smith, tenía el propósito de evitar que el Estado se inmiscuyera en la vida privada socavando las libertades, extendiendo a la esfera de la vida privada las actividades económicas sin darse cuenta de que la ausencia de reglas de éstas solo abona a ahondar la desigualdad económica lo que a su vez deteriora el tejido social exacerbando los conflictos políticos volviendo inviable la vida en comunidad.

Esta misma actitud de confianza en una modernidad concebida como “la edad de la razón” la podemos observar en la concepción de la relación sociedad-Estado en Guillermo de Humboldt, tal como lo caracteriza Chomsky en su opúsculo “El gobierno del futuro”, donde Humboldt expresa sus temores por los excesos del Estado dado su naturaleza coercitiva y plantea la necesidad de un Estado mínimo, pero en su horizonte de visibilidad no percibe los riesgos de dejar operar al capitalismo sin una regulación que contenga su voracidad, Por ello, dichos ilustrados liberales apostaban al Derecho y sus instituciones la tarea de una convivencia civilizada.

En consecuencia, una democracia donde la soberanía popular es usurpada por el poder económico, no puede ser el fundamento legítimo del poder político. La democracia en la era de la globalización es una plutocracia (gobierno de los ricos), e incluso como dice Alfonso Madrid Espinoza, una poliarquía, término que si bien es polisémico, alude a un sistema político donde una minoría poderosa gobierna mientras las masas se limitan a legitimar mediante un proceso electivo, a los candidatos que las elites determinan. En nuestro caso cabría también considerar el concepto de “cleptocracia” dado lo corrupta que es la mayoría de nuestra clase política.