domingo, 11 de enero de 2009

Pensamiento crítico y participación democrática

Pensamiento crítico y participación democrática

César Ricardo Luque Santana

En mi artículo titulado “Vivir con valores” (14 de diciembre de 2008), manifestaba entre otras cosas la cuestión acerca de la enseñanza de los valores y la posición de Sócrates al respecto, donde el filósofo ateniense hacía énfasis en la vivencia como el único mecanismo para asumir los valores que le dan sentido a la vida de las personas, por ello decía que si bien los valores, dada su naturaleza intrínseca no podían ser enseñados -entendiendo por ello un acto exterior de mera transmisión- si era posible aprenderlos, lo cual parece en primera instancia contradictorio, pero no lo es, pues el punto es que las convicciones o principios no pueden ser de fachada (como sugiere la propaganda que invita a “vestirse” de valores), sino que es un compromiso personal asociado a la elección de un proyecto de vida basado en los más altos valores de la humanidad.

Traigo este planteamiento a colación para tratar de entender la pasividad de la mayoría de los ciudadanos para participar en los asuntos públicos, fenómeno que por cierto tiene un paralelismo en la educación. En efecto, como profesor, uno observa asimismo en muchos de sus alumnos que tienden más a instalarse en las explicaciones o discursos ya dados, sin cuestionarlos o problematizarlos para generar un pensamiento crítico.

La dificultad para que en el ámbito de la política se desarrolle una participación democrática con base en ideales y propuestas sanas, es un problema complejo que no se puede abordar en pocas líneas, pero que tiene que ver entre otras cosas con un envilecimiento de la esfera política que inhibe a muchas personas con intenciones sanas a involucrarse en la vida política de su comunidad.

El asambleísmo como un posible contraejemplo de participación democrática es realmente endeble porque en los espacios en que este tipo de prácticas ocurren, suele haber un control político efectivo sobre la gente que asiste a estos encuentros, quienes normalmente están condicionados por prácticas clientelares de sus gestores o líderes, lo cual provoca que la mayoría actúe con consigna o línea como se dice en el argot político de quienes fungen como sus dirigentes o líderes. Cuando esta actitud de acatar instrucciones para votar u opinar prevalece, no hay razones que hagan a la gente actuar de modo diferente, sino que se pliegan sectariamente a las consignas recibidas. Por ende, la participación democrática es inexistente.

Pero aún suponiendo que se permita a la gente proceder con libertad, es común que en este tipo de reuniones la gente no cuente con la información adecuada o suficiente para tomar decisiones, por lo que se tiende a delegar en otros dicha toma de decisiones. Es demagógico por tanto suponer que las asambleas en sí mismas son espacios de participación democrática cuando se dan estas condiciones de tráfico de favores y/o desinformación.

Desde luego que puede haber excepciones en grupos que realmente buscan cambiar cambiando primero ellos mismos, sin tener una obsesión por el poder. En otras palabras, un asambleísmo democrático es posible si los participantes están informados, actúan con base en convicciones (sin línea), anteponen los intereses de la colectividad a los intereses personales y se rigen por el principio de que los medios justifican el fin y no a la inversa. En estas condiciones, las deliberaciones tienen sentido y las decisiones asumidas tienen auténtica legitimidad. En este caso, la participación democrática no sólo es posible sino deseable y ojalá que llegue el momento en que éstas dejen de ser experiencias de excepción para convertirse en prácticas habituales y generalizadas. Por lo pronto, estoy convencido que ningún grupo político que pretenda ser alternativo lo podrá ser realmente sin este tipo de acción comunicativa y de relaciones horizontales.

En el terreno educativo en las aulas, la situación de pasividad de la mayoría de los alumnos no es menos compleja, pues inciden también varios factores, como el miedo del estudiante al error o hacer el ridículo al equivocarse, la deformación de los educandos en su trayectoria escolar donde se les ha tratado como receptores de información, y desde luego, las deficiencias didácticas y pedagógicas del profesor que tiende a reproducir la forma en que él mismo aprendió consistente en repetir información en vez de enseñar a pensar.

Es un hecho que la dificultad de saber problematizar los conocimientos adquiridos es una constante, y la verdad es que el pensamiento crítico sólo se construye en la contradicción entre teorías e ideas distintas, es decir, en el diálogo. La precariedad de conocimientos o la superficialidad o unilateralidad de los mismos, evita que se pueda profundizar y contar con más y mejores elementos de juicio para asumir una postura fundamentada y argumentada.

Un riesgo y confusión es creer que cualquier forma de educación participativa lleva en sí misma hacia la construcción de un pensamiento crítico. La propuesta didáctica de un aprendizaje basado en problemas cae según mi perspectiva en esa ilusión, porque está anclada en el razonamiento instrumental. Me explico, una cosa es que un estudiante aprenda a resolver problemas y otro que aprenda a problematizar. Por ejemplo, alguien puede aprender a reparar aparatos pero no a crearlos. En este caso estamos ante competencias técnicas meritorias pero parciales. Ahora bien, situados en el terreno de las ciencias sociales y las humanidades, el pensamiento crítico se orienta a los fundamentos de las cosas, pues por ejemplo, las crisis económicas recurrentes del capitalismo no son coyunturales sino estructurales, están en su naturaleza. Se pueden ofrecer parches para paliar sus graves consecuencias, pero ello no evita que se condene a millones de personas al sufrimiento de por vida. La mayoría de los jóvenes que se incorporan como fuerza de trabajo en este momento –por ejemplo- serán subempleados permanentes, lo que significa que vivirán en una incertidumbre constante respecto a sus condiciones de vida.

En otras palabras, una cosa es que uno resuelva problemas con base en una agenda externa e impuesta, y otra es que uno construya su propio proyecto. Las naciones, instituciones e individuos que viven a expensas de dictados externos y se dejan condicionar por parámetros ajenos a sus intereses o que no son parámetros basados en la justicia, la democracia o el consenso científico, no ejercen un pensamiento crítico sino instrumental o de mera imitación.

luque2009@gmail.com