lunes, 1 de octubre de 2012

Ricardo Luque - Nuestra deuda con la lucha del movimiento del 68


Nuestra deuda con la lucha del movimiento del 68

César Ricardo Luque Santana

 
La historia de México nos refiere la vocación y tradición de lucha del pueblo mexicano, desde sus orígenes que nos llevaron primero a la independencia de la corona española, luego a la reforma liberal con Benito Juárez (separación de la Iglesia y el Estado mediante el laicismo) en pugna con las fuerzas conservadoras, hasta la revolución mexicana de principios del siglo XX propiciada por la enorme injusticia social y el autoritarismo asfixiante del régimen porfirista. Posterior a la revolución, se multiplicaron los movimientos reivindicatorios de obreros, campesinos, estudiantes y profesionistas, siendo el movimiento estudiantil de 1968 uno de los más emblemáticos del México moderno y posrevolucionario, mismo que constituyó un antes y un después de nuestra nación, pues fue determinante para obligar al régimen autoritario de entonces -signado por la hegemonía de un “partido de Estado” que ejercía el monopolio de la política mediante un férreo control corporativista, mediático y represivo de los trabajadores y ciudadanos, que en la práctica suprimía la disidencia auténtica mediante una oposición simulada o la reducía a una presencia testimonial- a aceptar cambios políticos que darían cauce al pluralismo que exigía la sociedad. Por cierto, los cambios que se darían para transitar a dicho  pluralismo no fueron inmediatos ni una concesión gratuita; del mismo modo que la apertura del régimen tampoco significó una auténtica conversión democrática de quienes detentaban autoritariamente el poder político. Por desgracia, quienes a la postre se beneficiaron con el relevo democrático, no estuvieron a la altura de las luchas que las organizaciones sociales y los ciudadanos impulsaron pagando un alto precio por ello.

 Sin un afán de hacer una recapitulación de los hechos que dieron origen al movimiento del 68 y a las etapas del mismo que tuvieron un trágico desenlace mediante una masacre de gente pacífica e indefensa y cuyos culpables quedaron impunes; y sin pretender tampoco traer a colación explicaciones académicas del mismo, no porque no sean necesarias y pertinentes, sino porque por un lado, es una de las luchas que más pervive en la memoria popular, y porque por otro lado, se asume que en general existe un consenso sobre el mismo visto en su totalidad, gracias a la perspectiva que la distancia en el tiempo nos da sobre esos sucesos, sin que eso signifique que no haya aún opiniones encontradas al respecto. Empero, lo importante por ahora es subrayar la deuda que como demócratas tenemos con la gesta que los jóvenes universitarios de esa época hicieron para que las futuras generaciones gozaran de un país más libre, justo y democrático.

 Los cambios que se han logrado a partir de la lucha de los jóvenes de hace 44 años, no han sido honrados del todo porque la alternancia en el poder que se supone debían darse mediante procesos electorales equitativos y autoridades imparciales, el pluralismo concomitante a dicha alternancia, así como el supuesto fortalecimiento de la división de poderes de nuestra democracia republicana, han dejado mucho que desear por los sesgos y distorsiones que se han venido suscitando, avanzando solamente en las reglas formales del juego democrático, paralelamente a un retroceso en las condiciones de vida de los ciudadanos comparativamente con esa época. En este tenor, la corrupción no sólo no se ha podido superar sino que ha empeorado con las privatizaciones que las políticas neoliberales ha instrumentado llegado al colmo de legalizarla, todo en detrimento de los contribuyentes, de la viabilidad de la convivencia social y desdibujando asimismo nuestra identidad nacional socavada por la globalización capitalista donde todo lo sólido se desvanece al punto de que el mercado se ha puesto  por encima de cualquier cosa por sagrada que sea, llegando al extremo de hacer inconciliable la democracia con el mercado en perjuicio del primero.

 El conservadurismo instalado en el poder los últimos 30 años, ha sacrificado los principios por los que lucharon mexicanos de todas las épocas y en particular los jóvenes del 68 que pagaron con sus vidas sus anhelos de construir un país más independiente, democrático y justo. Sin embargo, eso no significa que su legado y su sacrificio hayan sido en vano porque éste se ha mantenido vivo en todas las luchas posteriores a ellos hasta la actualidad, siendo tal vez la emergencia del movimiento #YoSoy132 su expresión más acabada. Hoy como ayer, los estudiantes y los trabajadores de nuestro país, acompañados de los mejores intelectuales, artistas, académicos y científicos del país, siguen pugnando por un cambio verdadero sin amedrentarse por los obstáculos y sin perder la esperanza de que un mundo mejor sea posible pese a los descalabros obtenidos y las dificultades de los retos.

 En este tenor resulta estimulante recordar y retomar los pensamientos y testimonio de los luchadores de esa época y la actual, mismos que revelan el espíritu indomable del pueblo mexicano es su afán de defender su patria mediante la defensa de los intereses populares, los cuales han sido afectados gradual y descaradamente por los grupos conservadores dominantes que como en la colonia, la reforma y la revolución, han estado en contra de los intereses populares aunque siempre han terminado vencidos por la voluntad inquebrantable de nuestro pueblo y las fuerzas progresistas.

 Las nuevas generaciones han mostrado un interés genuino por lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 donde no obstante la opacidad del gobierno de esa época y los posteriores que nos impiden saber con certeza cuántos muertos realmente hubo y quiénes fueron, y desde luego el encubrimiento de los asesinos, existen muchos testimonios independientes de los actores, periodistas y personalidades de la cultura que vivieron de cerca el movimiento quienes a través de libros, documentales y otros medios, así como de investigaciones académicas posteriores, nos han permitido reconstruir esos dolorosos pasajes de nuestra historia para tener un conocimiento de la verdad histórica y extraer de ellos sus múltiples y profundos significados.

  El conocimiento crítico de nuestra historia remota y reciente, particularmente del movimiento de 1968 que en esta ocasión nos convoca a esta reflexión, me deja en lo personal un compromiso a continuar la lucha más allá de un mero acto de remembranza que por otra parte es obligado, pero  limitarse a evocar esos trágicos sucesos de la noche de Tlatelolco de 2 de octubre de 1968 sin sacar las enseñanzas y compromisos derivados del mismo, sería incurrir en un ritual vacío con la falsa percepción de mirar el pasado como si fuera un suceso superado por el tiempo y no como una lección de vida y una cuenta pendiente por saldar.