domingo, 5 de abril de 2009

La actitud racionalista

La actitud racionalista

César Ricardo Luque Santana

Algunos de mis amigos lectores me han dicho que debería de escribir también artículos filosóficos y no sólo de análisis político, y aunque yo creo que no hay temas filosóficos nobles e innobles, y que lo importante es tener elementos de reflexión sobre los problemas que afectan nuestras vidas, trataré de complacerlos de alguna manera.

Comenzaré diciendo que los condicionamientos sociales en los que trascurre nuestra vida inmediata –si bien prosaicos-, repercuten en nosotros en lo individual y en lo social haciéndonos mejores o peores personas. Por esta razón, he venido machacando en muchos de mis artículos, que la implementación del neoliberalismo (un complejo fenómeno económico, social y político), socava de manera muy severa las bases de la convivencia social envileciendo las relaciones humanas y deteriorando de forma muy grave las bases de la vida misma de nuestro planeta, pues el afán de ganancia desmedido de los grandes capitalistas que actúan sin las debidas regulaciones por parte del Estado, arrasa con todo a su paso, empobreciendo por un lado a cada momento a una mayor cantidad de personas en el mundo, al mismo tiempo que disminuye el número de ricos cuyas fortunas son estratosféricas; y por el otro lado, provoca daños irreversibles a la naturaleza como los que se manifiestan en el llamado cambio climático.

Desde luego que no se trata de incurrir en un determinismo económico, pero los hechos demuestran que a mayor inequidad social hay mayores problemas sociales, pero sobretodo, se trata de insistir en que los sistemas sociales son construcciones humanas y que como diría Kant, si el hombre es un fin en sí mismo y no un simple medio, deberíamos de oponernos a un sistema social que provoca el oprobio y que condena a la enorme mayoría de la humanidad a un sufrimiento inmerecido. Cuando existía el esclavismo, a muchos les parecía normal, como a Aristóteles, que no obstante haber sido el mayor filósofo del mundo antiguo, lo legitimó creyendo que era una disposición natural. Lo mismo sucede ahora con el capitalismo que muchos justifican en los mismos términos.

Así entonces, las grandes preguntas de la vida resultan vacías si ignoramos el contexto en el que vivimos, pues hablar de libertad por ejemplo, sin considerar sus condiciones de posibilidad, es mera abstracción gratuita. La filosofía -en contra lo que algunos creen-, es una actividad intelectual mundana e incluso con una fuerte carga política. Pretender hacer filosofía metidos en una burbuja, es incurrir en una situación de inautenticidad como decía Heidegger, es asumirse como pensados y no como pensantes, como objetos y no como sujetos. Quien renuncia a razonar sobre su realidad inmediata y cree que la filosofía está encerrada sólo en los libros, no entiende como decía Wittgestein que la filosofía es ante todo un estilo de vida y no un mero devaneo academicista. Pero se preguntarán: ¿qué puede hacer la filosofía para mejorar el mundo?, ¿sirve el pensar para ello?

Quiero traer a colación a propósito de estas inquietudes y a reserva de retomar estas preguntas en otra ocasión para profundizar en algunas respuestas, la defensa del racionalismo que hace Karl Popper, uno de los más grandes filósofos del siglo XX, quien comienza por recuperar la tradición racionalista desde los presocráticos mismos destacando que desde su origen en la escuela de Mileto en el siglo VI a. C., la filosofía inauguró una sui generis tradición de la discusión racional donde al contrario de lo que hacen la mayoría de las escuelas que se concentran en conservar determinados saberes, la filosofía promueve la innovación de ideas y la posibilidad de que el alumno supere al maestro, como se puede ilustrar en la relación misma entre Tales de Mileto y Anaximandro, o en la frase de Aristóteles quien fue discípulo de Platón en la Academia durante 20 años, quien expresó: “soy amigo de Platón pero soy más amigo de la verdad”. En este punto, Popper compara la relación entre el ortodoxo y el hereje donde realmente no hay una disputa entre las nuevas y las viejas ideas y por ende no hay propiamente progreso de las ideas, porque el hereje se cree más ortodoxo que el ortodoxo a quien acusa de haberse apartado de la verdadera doctrina y al mismo tiempo él se asume como su restaurador.

En su argumentación, Popper trata de demostrar que basados en la discusión racional, no hay verdades definitivas y que los mismos conocimientos son sólo conjeturas o suposiciones que al estar sometidas al escrutinio de la razón, (al ser de carácter público) pueden ser refutados. El progreso del conocimiento se basa entonces en la dupla de conjeturas y refutaciones. En otras palabras, los conocimientos científicos o filosóficos son creencias racionalmente justificadas. La verdad en sí misma como decía Kant no la podemos conocer, es decir, no podemos saber lo que las cosas son en sí mismas sino lo que son para nosotros, pues la relación del sujeto con el objeto está mediada por el lenguaje y otros factores, de manera que no hay entre ambos una relación pura. Sin embargo, al ser la verdad intersubjetiva, se evita que la verdad esté sujeta a caprichos personales o que nos lleve a un relativismo como en la metáfora de Hegel de la negra noche donde todos los gatos son pardos. En otras palabras, el hecho de que no exista posibilidad de acceder a la verdad en su pureza y de que ésta sea por tanto procesada por el sujeto como conjetura, no implica que no existan verdades universales, sino por el contrario, su naturaleza intersubjetiva y su referencia y compatibilidad con la realidad material, garantiza que tengan ese alcance universal, pero su validez es temporal y por tanto susceptible de ser corregida.

Añade Popper que sin embargo, es un error creer que basta la mera argumentación racional para que las ideas racionales prosperen, pues mientras haya interlocutores que se nieguen a adoptar una actitud racional, de nada sirve en sí mismo un argumento racional. Esto lo podemos traducir a varios contextos, por ejemplo, la política en sus diversas manifestaciones es esencialmente irracional porque su soporte está atrapado en fuertes intereses materiales, por ello se dice que en política 2 + 2 no son necesariamente 4 y por ello las discusiones se tornan en negociaciones donde lo que menos importan son las razones en sí mismas, sino las ventajas que obtienen las partes en pugna. De este modo, un diálogo racional es imposible cuando los pretendidos interlocutores no asumen una actitud racional, como cuando un burócrata se aferra a aplicar reglas absurdas y no hay manera de hacerle ver el sin sentido de las mismas. Igual sucede cuando se intenta ser racional con alguien que se mueve en la lógica del poder y cuya intención es someter a los demás para proteger sus intereses o quien se basa en creencias religiosas que considera verdades absolutas e inapelables.

De este modo y en forma breve, he querido mostrar que aunque las cuestiones filosóficas pueden revestir altos niveles de expresión teórica, su vinculación con la vida inmediata es inevitable, lo que no implica por lo que acabamos de ver con Popper, que el razonamiento rija a la vida en su conjunto, pues si bien hay un notable avance científico y tecnológico, éste representa sólo a la razón instrumental, no a una razón crítica. Lo que prevalece en el mundo a despecho de la razón, es en consecuencia un irracionalismo expresado en la predominancia de los intereses materiales de unos cuantos sobre los intereses de la humanidad.

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